Si no te sientas con mi familia, solo cocina y pon la mesa, ¡luego vete!
En medio de una tormenta familiar, mi esposo Tomás me exige que participe en reuniones con su familia, a pesar de un conflicto doloroso que me ha dejado marcada. La tensión crece cuando me da un ultimátum: o cumplo su deseo, aunque sea solo como anfitriona invisible, o atengo a las consecuencias. Entre lágrimas y recuerdos, me debato entre mi dignidad y el amor que aún siento por él.