Mi relación con mi madre siempre fue complicada, marcada por su filosofía de amor duro. Ahora, con mi propio hijo y una vida que creía estable, mi madre me pide que cuide de su esposo enfermo, desatando un torbellino de emociones y conflictos familiares.
Cada visita a la casa de mis suegros se convierte en un maratón de tareas que me deja exhausta. Aunque anhelo fines de semana tranquilos, me encuentro atrapada en un ciclo interminable de obligaciones familiares. Es una rutina que temo, pero de la que no puedo escapar.
Desde pequeña, fui testigo de cómo mi madre, Isabel, vivía una vida financiada por otros. Nunca trabajó un solo día, confiando en la generosidad de sus adinerados acompañantes. Con el tiempo, su estilo de vida la alcanzó, y las deudas que contrajo se convirtieron en mi carga.
