La Lección de Andrés: El Precio del Tiempo No Correspondido
«¡No puedo seguir así, Valeria!» grité, mientras mi voz resonaba en las paredes vacías de nuestro pequeño apartamento en Buenos Aires. Ella me miró con esos ojos oscuros que tanto amaba, pero que ahora solo reflejaban indiferencia. «¿Qué quieres que haga, Andrés? Siempre estás reclamando por lo mismo», respondió con un tono que mezclaba cansancio y desdén.
Habían pasado ya tres años desde que nos conocimos en aquella fiesta de un amigo en común. Recuerdo cómo su risa iluminó la habitación y cómo, desde ese momento, supe que quería pasar cada segundo a su lado. Pero con el tiempo, esa luz se fue apagando, y lo que antes era una relación llena de promesas se convirtió en una rutina monótona donde yo era el único que parecía esforzarse por mantenerla viva.
«No es solo por mí, Valeria. Es por nosotros. Siento que estoy luchando solo», dije mientras mi voz se quebraba. Ella suspiró y se dio la vuelta, como si mis palabras fueran un molesto zumbido en sus oídos.
La verdad es que había estado ignorando las señales durante demasiado tiempo. Las noches en las que ella llegaba tarde sin explicación, los fines de semana que pasaba con sus amigas mientras yo me quedaba en casa esperando una llamada que nunca llegaba. Cada vez que intentaba hablar sobre nuestro futuro, ella cambiaba de tema o simplemente decía que no quería pensar en eso ahora.
Mis amigos me decían que debía dejarla, que estaba desperdiciando mi tiempo con alguien que no me valoraba. Pero yo me aferraba a la esperanza de que las cosas cambiarían, de que el amor que sentía por ella sería suficiente para ambos. Me engañé a mí mismo pensando que el tiempo y el esfuerzo que invertía serían recompensados.
Una noche, después de otra discusión sin sentido, salí a caminar por las calles de la ciudad. El aire fresco me ayudó a despejar la mente y a reflexionar sobre lo que realmente quería. Me detuve frente a un pequeño café donde solíamos ir al principio de nuestra relación. Recordé cómo solíamos reírnos y hablar durante horas, sin preocuparnos por el tiempo.
Fue entonces cuando me di cuenta de que había estado viviendo en una ilusión. El amor no debería ser una lucha constante ni un sacrificio unilateral. Comprendí que había estado regalando mi tiempo a alguien que no lo apreciaba, y eso era algo que no podía seguir haciendo.
Al día siguiente, decidí enfrentar la realidad. «Valeria, creo que necesitamos un tiempo separados», le dije con firmeza. Ella me miró sorprendida, como si nunca hubiera esperado escuchar esas palabras salir de mi boca.
«¿Estás seguro?» preguntó, con una mezcla de incredulidad y curiosidad.
«Sí», respondí con seguridad. «Necesito encontrarme a mí mismo y entender qué es lo que realmente quiero».
Los días siguientes fueron difíciles. Me sentía vacío y perdido sin ella, pero también experimenté una sensación de alivio al saber que había tomado la decisión correcta. Empecé a dedicar mi tiempo a cosas que realmente me apasionaban: retomé mis clases de guitarra, salí a correr por el parque y volví a conectar con amigos a los que había dejado de lado.
Con el tiempo, aprendí a valorar mi propio tiempo y a no entregarlo a quienes no lo merecen. Entendí que el amor verdadero es aquel donde ambos se esfuerzan por construir algo juntos, no donde uno lleva todo el peso.
Ahora, cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de cuánto he crecido desde entonces. La experiencia me enseñó una lección invaluable: el tiempo es el recurso más valioso que tenemos, y debemos ser cuidadosos al decidir cómo y con quién lo compartimos.
Me pregunto si alguna vez Valeria entendió lo que significó para mí todo ese tiempo perdido. ¿Habrá aprendido también a valorar su propio tiempo? ¿O seguirá atrapada en la misma rutina sin fin? Al final del día, solo puedo esperar que ambos hayamos encontrado nuestro camino hacia la felicidad.