El Encuentro que Cambió mi Vida a los 42
«¡No lo hagas, Valeria!» me dijo mi amiga Camila mientras tomábamos café en el pequeño café de la esquina. «Los perfiles de citas son un desastre. Mejor sal y conoce gente de la manera antigua». Sus palabras resonaron en mi mente mientras caminaba de regreso a casa, sintiendo el peso de mis 42 años y la soledad que había decidido enfrentar.
Fue entonces cuando lo conocí. Estaba en la librería del barrio, hojeando un libro de poesía de Pablo Neruda. Su mirada intensa y su sonrisa tímida me atraparon al instante. «¿Te gusta Neruda?» me preguntó con una voz suave pero segura. «Es uno de mis favoritos», respondí, tratando de ocultar mi nerviosismo.
Su nombre era Alejandro, y había algo en él que me intrigaba profundamente. Pasamos horas hablando sobre literatura, música y la vida en general. Me sentí viva de nuevo, como si una chispa se hubiera encendido dentro de mí.
Decidí invitarlo a cenar a mi casa, pero él sugirió que nos viéramos en su lugar. Quería impresionarlo, así que compré un pastel caro de la pastelería más exclusiva del barrio. Era un pastel de chocolate con frambuesas, mi favorito.
Cuando llegué a su apartamento, me recibió con una sonrisa cálida y un abrazo que me hizo sentir como si nos conociéramos de toda la vida. «¿Te gustaría un té?» me preguntó mientras me guiaba hacia su sala de estar. Asentí, esperando una velada acogedora.
Sin embargo, lo que sucedió después me dejó perpleja. Alejandro sacó una sola bolsa de té y la sumergió en dos tazas de agua caliente. Luego, tomó el pastel que había llevado con tanto esmero y lo guardó en su refrigerador sin siquiera mirarlo.
«¿No vamos a comer el pastel?» pregunté, tratando de ocultar mi decepción. «Oh, claro», respondió distraídamente, «pero pensé que podríamos guardarlo para después».
La noche continuó con una conversación agradable pero superficial. Sentí que había una barrera invisible entre nosotros, algo que no podía entender del todo. Mientras hablábamos sobre trivialidades, no podía dejar de pensar en el pastel guardado en su refrigerador.
Al despedirme esa noche, Alejandro me abrazó con calidez, pero algo dentro de mí se había enfriado. Caminé de regreso a casa bajo la luz tenue de las farolas, preguntándome qué había salido mal.
Pasaron los días y Alejandro seguía siendo un misterio para mí. Nos veíamos ocasionalmente, pero siempre sentía que había algo que él no estaba dispuesto a compartir. Una tarde, mientras paseábamos por el parque, decidí enfrentar mis dudas.
«Alejandro», dije con voz firme, «siento que hay algo que no me estás diciendo». Él se detuvo y me miró con una expresión seria. «Valeria», comenzó lentamente, «hay cosas en mi vida que son complicadas».
Me contó sobre su pasado, sobre una relación fallida que lo había dejado marcado y sobre sus miedos a abrirse nuevamente. Comprendí entonces que el pastel guardado era más que un simple postre; era un símbolo de sus reservas emocionales.
«No quiero presionarte», le dije suavemente, «pero necesito saber si esto tiene futuro».
Alejandro suspiró profundamente antes de responder: «Quiero intentarlo contigo, Valeria. Pero necesito tiempo para sanar».
Nos abrazamos bajo el cielo estrellado del parque, y sentí una mezcla de esperanza y temor. Sabía que estaba entrando en un territorio incierto, pero también sabía que valía la pena intentarlo.
Con el tiempo, Alejandro comenzó a abrirse más. Compartimos risas, lágrimas y momentos inolvidables. El pastel finalmente salió del refrigerador en una noche especial donde celebramos nuestro primer aniversario juntos.
A veces me pregunto si habría tenido el valor de seguir adelante si no hubiera comprado ese pastel caro aquel día. ¿Habría entendido la profundidad de sus reservas emocionales sin ese pequeño gesto? La vida es extraña e impredecible, pero quizás eso es lo que la hace tan hermosa.
Y ahora me pregunto: ¿Cuántas veces dejamos pasar oportunidades por miedo a lo desconocido? ¿Cuántas veces guardamos nuestros propios «pasteles» por temor a ser heridos? Tal vez sea hora de abrir el refrigerador y compartirlos con alguien especial.