El Destino Nos Unió, Pero Un Giro del Destino Nos Separó
«¡Daniel, por favor, no te vayas!» grité con desesperación mientras veía cómo se alejaba por el pasillo del hospital. Mis lágrimas caían sin control, y mi corazón latía con una mezcla de miedo y tristeza. Nunca imaginé que una noche tan perfecta pudiera terminar en una pesadilla.
Todo comenzó hace cinco años, cuando Daniel y yo nos conocimos en el instituto. Él era el chico nuevo, con su sonrisa encantadora y su mirada profunda que parecía ver a través de mi alma. Desde el primer momento supe que había algo especial entre nosotros. Nos hicimos inseparables, compartiendo sueños y risas, planeando un futuro juntos que parecía tan brillante como el sol de verano.
Recuerdo la tarde en que me propuso matrimonio. Estábamos en nuestro lugar favorito, un pequeño parque escondido entre los árboles donde solíamos escaparnos para hablar de nuestras esperanzas y miedos. «María,» dijo mientras se arrodillaba frente a mí, «quiero pasar el resto de mi vida contigo. ¿Te casarías conmigo?» Mis ojos se llenaron de lágrimas de felicidad mientras asentía con entusiasmo. Todo era perfecto.
Pero el destino tenía otros planes para nosotros. Una noche, mientras volvíamos a casa después de celebrar nuestro compromiso con amigos, un coche se cruzó en nuestro camino. El impacto fue brutal. Recuerdo el sonido del metal retorciéndose y los gritos de los transeúntes. Cuando desperté en el hospital, lo primero que pregunté fue por Daniel.
«Está en cirugía,» me dijo una enfermera con voz suave. «Ha sufrido heridas graves.» Mi mundo se desmoronó en ese instante. Las horas siguientes fueron un borrón de médicos entrando y saliendo, susurrando palabras que no entendía. Finalmente, un doctor se acercó a mí con una expresión grave.
«María,» comenzó, «Daniel ha sufrido una lesión en la médula espinal. Es probable que no vuelva a caminar.» Sentí como si me hubieran arrancado el corazón del pecho. ¿Cómo podía ser posible? Teníamos tantos planes, tantos sueños…
Los días siguientes fueron una prueba de resistencia emocional para ambos. Daniel estaba devastado, su espíritu antes tan lleno de vida ahora parecía apagado. «No quiero ser una carga para ti,» me dijo una noche mientras las lágrimas corrían por su rostro. «No es justo que sacrifiques tu vida por mí.»
«Te amo, Daniel,» le respondí con firmeza. «Esto no cambia nada. Seguiremos adelante juntos.» Pero él no podía verlo así. La culpa y la desesperación lo consumían, y poco a poco comenzó a alejarse de mí.
Intenté todo para animarlo: terapia física, sesiones con psicólogos, incluso le propuse mudarnos a una ciudad donde pudiera recibir mejor atención médica. Pero nada parecía funcionar. Cada día se hundía más en su tristeza, y yo me sentía impotente.
Finalmente, llegó el día en que decidió irse. «Necesito tiempo para encontrarme a mí mismo,» me dijo mientras hacía las maletas. «No puedo seguir viéndote sufrir por mi culpa.» Mi corazón se rompió en mil pedazos al verlo partir.
Ahora, aquí estoy, sola en nuestro apartamento vacío, rodeada de recuerdos de lo que pudo haber sido. Me pregunto si alguna vez volveremos a encontrarnos, si el amor que compartimos es lo suficientemente fuerte como para superar esta prueba.
La vida nos ha mostrado su lado más cruel, pero también sé que el amor verdadero nunca muere. ¿Será este el final de nuestra historia o simplemente un nuevo comienzo? Solo el tiempo lo dirá.