Entre la Tormenta y la Luz: Mi Historia de Amor Inesperado
—¿Y ahora qué hacemos, Marta? —La voz de Sergio temblaba, apenas un susurro entre el bullicio de la boda.
Yo no podía apartar la vista del vaso de vino que giraba entre mis manos. La música sonaba lejana, como si el mundo entero se hubiera detenido en ese instante. Había descubierto hacía apenas una hora que estaba embarazada. Y Sergio… Sergio era solo un amigo de la universidad con el que había compartido una noche de copas y confidencias, nada más. O eso creía yo.
—No lo sé —le respondí, tragando saliva—. No lo sé, Sergio. No estaba en mis planes… ni en los tuyos.
Él se pasó la mano por el pelo, nervioso. —Mis padres me matan si se enteran. Y los tuyos…
No hacía falta que terminara la frase. Mi madre, doña Carmen, era la reina del qué dirán en nuestro barrio de Salamanca. Mi padre, don Manuel, un hombre serio y tradicional, no soportaría la vergüenza. Y los padres de Sergio… bueno, ellos eran aún más conservadores.
La noticia corrió como la pólvora. No sé cómo, pero al día siguiente ya todos lo sabían. Mi madre me miraba con ojos llenos de decepción y miedo. —Marta, hija, ¿cómo has podido hacerme esto? ¿Qué va a decir la familia? ¿Y tus abuelos?
Sergio apareció en casa esa tarde. Su padre lo acompañaba, con el ceño fruncido y el bigote temblando de rabia. —Aquí hay que hacer las cosas bien —sentenció—. Os casáis y punto.
Yo quería gritar, huir, desaparecer. Pero no tuve fuerzas para enfrentarme a todos. Así que acepté. Nos casamos en una ceremonia pequeña y fría, rodeados de miradas inquisitivas y susurros a nuestras espaldas.
Las primeras semanas fueron un infierno. Compartíamos piso en un barrio obrero de Madrid, lejos de nuestras familias para evitar las habladurías. Sergio y yo apenas nos hablábamos. Cada uno dormía en su lado de la cama, como dos extraños atrapados en una pesadilla compartida.
Una noche, después de una discusión absurda sobre quién debía sacar la basura, rompí a llorar.
—No puedo más —sollozaba—. No quiero vivir así.
Sergio se sentó a mi lado y por primera vez en meses me miró a los ojos sin rencor.
—Yo tampoco —admitió—. Pero… ¿y si intentamos hacerlo bien? Por el bebé… por nosotros.
No respondí. Pero esa noche dormimos abrazados por primera vez.
El embarazo avanzó entre visitas al médico público, colas interminables en el ambulatorio y las típicas peleas por nombres y colores para la habitación del bebé. Poco a poco, entre risas tímidas y gestos cotidianos, algo empezó a cambiar entre nosotros.
Recuerdo una tarde lluviosa en la que Sergio llegó empapado del trabajo con una bolsa de churros y chocolate caliente.
—Para ti y para el peque —dijo sonriendo.
Me reí por primera vez en mucho tiempo. Y sentí una chispa de esperanza.
El día que nació nuestra hija, Paula, todo cambió. La tuve en brazos y vi a Sergio llorar como un niño. En ese instante supe que no estábamos solos; éramos una familia.
Las visitas familiares siguieron siendo tensas durante meses. Mi madre no perdía oportunidad para recordarme cómo había arruinado mi futuro; su suegra me miraba con desconfianza cada vez que le dejaba a Paula unas horas.
Pero Sergio y yo nos apoyábamos mutuamente. Aprendimos a reírnos de nuestros errores: las papillas derramadas, las noches sin dormir, las facturas acumulándose en la nevera.
Un día cualquiera, mientras paseábamos por el Retiro con Paula dormida en su carrito, Sergio me tomó la mano.
—¿Sabes? Creo que te quiero —me dijo bajito.
Me detuve en seco. Sentí un nudo en la garganta.
—Yo también te quiero —le respondí—. Aunque nunca lo hubiera imaginado.
Ahora miro atrás y pienso en todo lo que hemos superado: las presiones familiares, el miedo al qué dirán, la soledad de los primeros meses… Y sonrío al ver a Paula correteando por el salón mientras Sergio prepara la cena.
A veces me pregunto: ¿Cuántas vidas se ven marcadas por decisiones tomadas bajo presión? ¿Cuántos amores nacen del miedo y florecen con el tiempo? ¿Y si hubiéramos tenido el valor de enfrentarnos a todos desde el principio?
¿Vosotros qué haríais si os vierais obligados a elegir entre vuestra libertad y las expectativas de vuestra familia?