Entre la culpa y el deber: la decisión que rompió mi familia

—¿De verdad vas a dejar a papá ahí, Lucía? ¿Tú te escuchas? —La voz de mi hermano Andrés retumbaba en el pasillo del hospital, tan fría como el mármol bajo mis pies.

No respondí. Miré a mi padre, sentado en una silla de ruedas, la mirada perdida en algún recuerdo que ya no existía. Su mano temblorosa buscaba algo en el aire, quizá el tacto de mi madre, fallecida hacía dos años. Sentí cómo se me encogía el pecho. ¿Cómo explicarle a Andrés que ya no podía más?

—No es dejarlo —susurré—. Es cuidarlo. Aquí no podemos darle lo que necesita.

Mi hermana Carmen se secó las lágrimas con rabia. —¡Eso es lo que dices para dormir tranquila! Pero papá siempre dijo que jamás quería acabar en una residencia. ¿Te acuerdas o también lo has olvidado?

Me quedé sola con mi padre esa noche. El hospital olía a lejía y soledad. Le acaricié el pelo blanco, tan suave como el algodón. —Papá, ¿me oyes? —Él murmuró algo ininteligible y sonrió, como si viera a alguien detrás de mí.

Durante meses había intentado cuidar de él en casa. Me levantaba cada dos horas para cambiarle el pañal, le daba de comer triturado, le ponía música de Antonio Machín porque era lo único que le arrancaba una sonrisa. Pero cada día era más difícil: una vez se escapó y lo encontramos desorientado en la plaza Mayor; otra vez dejó el gas abierto. Yo tenía miedo constante, y mi hija pequeña empezó a tener pesadillas.

La decisión fue como un cuchillo: fría, afilada, necesaria. Visité varias residencias en Madrid, buscando la menos impersonal, la más cálida. Cuando encontré la Residencia Los Olivos, con su patio lleno de geranios y auxiliares sonrientes, sentí un poco de alivio.

El día que lo llevé allí fue uno de los peores de mi vida. Mi padre no entendía nada. —¿Vamos al pueblo? —preguntó varias veces, aferrándose a mi mano.

—No, papá. Vamos a un sitio donde te van a cuidar muy bien —le mentí.

Andrés y Carmen no vinieron ese día. Me dejaron sola con la culpa y el miedo. Cuando volví a casa, encontré un mensaje en el grupo familiar:

“Espero que puedas vivir con esto.”

Las semanas siguientes fueron un infierno. Carmen dejó de hablarme. Andrés solo me llamaba para reprocharme cosas: que papá estaba más triste, que había empeorado, que todo era culpa mía. Mi tía Pilar me miraba con lástima en las comidas familiares y susurraba: “Pobrecita Lucía, no sabe lo que ha hecho”.

Pero nadie venía a ayudarme antes. Nadie se ofreció a pasar una noche en vela o a limpiar los restos de comida del suelo. Nadie vio cómo lloraba en silencio mientras le cambiaba los pañales o le limpiaba las heridas del alma.

Un día fui a visitarlo y lo encontré sentado junto a una ventana, mirando los árboles del jardín. Una auxiliar llamada Rosario me sonrió:

—Hoy ha estado tranquilo. Ha comido bien y ha escuchado música.

Me senté a su lado y le cogí la mano. —¿Sabes quién soy? —le pregunté.

Él me miró largo rato y luego susurró: —Eres buena hija.

Lloré en silencio durante horas después de aquello.

Pero la familia seguía igual. En Navidad nadie quiso venir a casa. Mi hija preguntó por qué sus tíos ya no venían a verla. Yo no supe qué decirle.

Una tarde Carmen apareció en mi puerta, furiosa:

—¿Sabes que papá ya casi no habla? ¿Sabes que dicen que está peor desde que está allí?

—Carmen, papá tiene Alzheimer. Va a ir a peor esté donde esté…

—¡Eso dices tú porque te viene bien! ¡Te has quitado un peso de encima!

Me quedé callada porque no tenía fuerzas para discutir más.

A veces pienso si hice bien. Si fui egoísta o simplemente humana. Si es posible cuidar sin romperse por dentro.

Ahora visito a mi padre cada semana. Le llevo fotos antiguas y le pongo boleros en el móvil. A veces sonríe, otras veces ni me reconoce. Pero yo sigo allí, porque es lo único que puedo hacer.

La familia sigue rota. Andrés apenas me saluda en los cumpleaños; Carmen me evita; mi tía Pilar ya ni me llama.

Me pregunto cada noche si algún día entenderán que lo hice por amor, no por comodidad.

¿Es posible perdonarse cuando nadie más lo hace? ¿Qué haríais vosotros si estuvierais en mi lugar?