El cumpleaños que lo cambió todo: secretos, traiciones y una verdad inesperada
—¿Vas a llegar tarde otra vez, Sergio? —La voz de Lucía, mi mujer, sonó al otro lado del teléfono, cargada de una mezcla de resignación y rabia contenida.
Miré el reloj. Las agujas parecían burlarse de mí: las nueve y media. Otra vez llegaba tarde a casa. Otra vez tenía que inventar una excusa. —Lo siento, cariño. Ha surgido una reunión inesperada en la oficina. No me esperes despierta —mentí, sintiendo cómo la culpa me mordía el estómago.
La verdad era otra. No estaba en la oficina, ni mucho menos. Estaba sentado en el coche, a dos calles de casa, con Carmen a mi lado. Carmen, la mujer que había devuelto la pasión a mi vida cuando mi matrimonio se había convertido en una rutina gris y asfixiante. Carmen, la compañera del gimnasio que me miraba como si yo fuera el único hombre del mundo.
—¿Seguro que quieres hacerlo? —preguntó ella, acariciando mi mano—. Es tu cumpleaños. Podríamos irnos lejos, solos tú y yo.
Suspiré. —No puedo dejar a Lucía así. Además, ella ha preparado algo especial para esta noche. Pero…
—Pero quieres que vaya —me interrumpió Carmen con una sonrisa traviesa—. ¿No sería emocionante? Nadie sospecharía nada en tu propia fiesta.
La idea era tan peligrosa como tentadora. Invitar a mi amante a mi propia fiesta de cumpleaños, en casa, con mi mujer y mis amigos… ¿Qué podía salir mal?
Al llegar, Lucía me recibió con una sonrisa forzada y dos besos fríos en las mejillas. La casa olía a tortilla de patatas y a vino tinto. Había globos colgados en el salón y una tarta de chocolate en la mesa. Mis padres, mi hermana Marta y algunos amigos ya estaban allí.
—Felicidades, hijo —dijo mi madre, abrazándome fuerte—. A ver si este año te animas y nos das un nieto.
Lucía desvió la mirada. Sentí un pinchazo en el pecho.
A las diez y media sonó el timbre. Era Carmen, vestida con un vestido rojo que le sentaba como un guante. Fingí sorpresa cuando Lucía fue a abrirle la puerta.
—¡Carmen! Qué alegría verte —dijo Lucía, abrazándola—. No sabía que tú y Sergio erais tan amigos.
Carmen sonrió con esa seguridad suya tan irritante y peligrosa. —Bueno, coincidimos mucho en el gimnasio… Y Sergio siempre habla maravillas de ti.
La tensión era palpable. Marta me miró de reojo, como si sospechara algo. Mi padre se sirvió otra copa de vino y Lucía se afanó en cortar la tarta mientras Carmen se sentaba a mi lado.
Durante la cena, los comentarios sutiles de Carmen me pusieron al borde del colapso:
—Sergio siempre dice que le encanta cómo cocinas, Lucía… Aunque últimamente come fuera más de lo que debería —dijo con una sonrisa venenosa.
Lucía apretó los labios. Marta intervino para cambiar de tema, pero el ambiente ya estaba enrarecido.
Cuando llegó el momento de soplar las velas, Lucía pidió silencio:
—Antes de que pidas tu deseo, Sergio… Yo también tengo una sorpresa para ti.
Me quedé helado. Lucía sacó un sobre del cajón y lo puso sobre la mesa.
—Léelo —ordenó con voz temblorosa.
Abrí el sobre con manos sudorosas. Dentro había fotos impresas: yo y Carmen besándonos en el coche, saliendo juntos del gimnasio, entrando en un hotel del centro. Sentí cómo el mundo se desmoronaba bajo mis pies.
—¿Pensabas que no me iba a enterar? —preguntó Lucía, con lágrimas en los ojos—. ¿Pensabas que podía seguir fingiendo que todo iba bien?
El silencio era absoluto. Mi madre se tapó la boca horrorizada; Marta me miró con decepción; Carmen bajó la cabeza por primera vez esa noche.
—No soy la única que tiene secretos —continuó Lucía—. Hace meses que sé lo vuestro… Y he decidido que no quiero seguir viviendo así. Hoy es tu cumpleaños, Sergio, pero también es el día en que empiezo de nuevo sin ti.
Se levantó y salió del salón dejando tras de sí un rastro de dignidad herida y fuerza inesperada.
Me quedé sentado, incapaz de moverme o decir nada. Carmen intentó tocarme el brazo pero la rechacé con brusquedad.
—¿Y ahora qué? —susurró ella.
No tenía respuesta. Había perdido a Lucía por mi cobardía y mi egoísmo; había destrozado a mi familia por una pasión fugaz.
Esa noche dormí solo por primera vez en años. El silencio de la casa era ensordecedor.
Ahora escribo esto desde un piso pequeño en Lavapiés, rodeado de cajas sin abrir y recuerdos rotos. A veces me pregunto si merecía perderlo todo por no saber afrontar mis problemas de frente… ¿Cuántos matrimonios se rompen por secretos como el mío? ¿Cuántas veces preferimos mentir antes que hablar con honestidad?
¿Vosotros qué habríais hecho en mi lugar? ¿Se puede perdonar una traición así o es mejor empezar de cero?