El cumpleaños que nunca quise celebrar: secretos y silencios en la familia
—¿Entonces qué, mamá? ¿Reservo para seis o para cuatro? —La voz de Aarón retumba en el altavoz del móvil, mientras yo miro el calendario de la cocina con la fecha de mi cumpleaños marcada en rojo.
No respondo. El silencio se alarga. Escucho el murmullo de Leire al fondo, preguntando si todo va bien. Me sudan las manos. ¿Cómo le explico a mi hijo que no quiero que venga su pareja? ¿Cómo le digo que no soporto la idea de tener a esos niños correteando por mi casa, tocando mis cosas, llenando de ruido y caos el único día del año que siento mío?
—Mamá, ¿estás ahí? —insiste Aarón.
—Sí, sí… perdona. Es que… no sé si este año quiero hacer nada grande. Estoy cansada —miento. La verdad es otra: no puedo con Leire. No puedo con su sonrisa forzada, con su manera de hablarme como si yo fuera una extraña, con esa sensación de que mi hijo ya no me pertenece.
Me llamo Carmen y tengo 54 años. Vivo en un piso antiguo en Chamberí, rodeada de recuerdos y muebles heredados. Mi marido, Antonio, murió hace cinco años y desde entonces la soledad es mi única compañera fiel. Aarón es mi único hijo. Siempre fuimos uña y carne, hasta que apareció Leire.
Leire tiene treinta años, es enfermera y viene de una familia de Bilbao. Cuando la conocí, me pareció simpática, pero pronto noté que algo no encajaba. No era solo la edad —tres años mayor que Aarón— sino que ya tenía dos hijos pequeños de una relación anterior. Yo intenté ser amable, pero sentía que ella me miraba como si yo fuera un obstáculo.
El primer cumpleaños que celebramos juntas fue un desastre. Los niños rompieron una figura de Lladró que era de mi madre. Nadie se disculpó. Leire solo dijo: “Son cosas de críos”. Aarón me miró con cara de súplica, como pidiéndome paciencia. Desde entonces, cada vez que pienso en invitarles, me invade la ansiedad.
Este año, más que nunca, necesito paz. Pero Aarón insiste:
—Mamá, Leire quiere ayudarte con la comida. Dice que puede traer una tarta casera.
—No hace falta —respondo rápido—. Prefiero hacerlo yo sola.
—¿Seguro? Es que los niños tienen mucha ilusión…
Ahí está el problema: los niños. No son mis nietos, aunque Aarón los trate como si lo fueran. Yo no sé cómo quererlos. Me siento culpable por no sentir nada por ellos, por desear que no vengan.
Esa noche, llamo a mi hermana Pilar.
—No puedo más —le confieso—. No quiero a esa mujer en mi casa.
—Carmen, tienes que aceptarlo. Es la pareja de tu hijo —me dice Pilar con voz cansada—. Si le pones entre la espada y la pared, lo vas a perder.
Lloro en silencio después de colgar. Recuerdo cuando Aarón era pequeño y me decía: “Mamá, nunca me voy a ir de casa”. Ahora siento que ya se ha ido para siempre.
El día antes del cumpleaños, Aarón vuelve a llamar.
—Mamá, Leire ha comprado un regalo para ti. Dice que es algo especial.
Siento rabia. ¿Por qué tiene que hacerme regalos? ¿Por qué no puede dejarme tranquila?
Esa noche sueño con Antonio. Me dice: “No seas dura, Carmen. La vida es corta”. Me despierto llorando.
Llega el día del cumpleaños. La mesa está puesta para seis. No he tenido valor para decirle a Aarón lo que siento. Cuando llegan, los niños corren hacia mí gritando “¡abuela!”. Me quedo paralizada. Leire me da dos besos y sonríe:
—Felicidades, Carmen. Espero que te guste el regalo.
Abro el paquete: es un álbum de fotos con imágenes de Aarón desde pequeño hasta hoy, mezcladas con fotos de los niños en el parque, todos juntos.
—Queríamos darte las gracias por acogernos —dice Leire bajando la voz—. Sé que no es fácil para ti.
Me quedo sin palabras. Siento una punzada en el pecho: culpa, tristeza… y algo parecido a ternura.
Durante la comida, los niños se portan bien. Aarón me mira con cariño y Leire recoge los platos sin que yo lo pida. Por primera vez en mucho tiempo, siento que quizá no estoy tan sola.
Esa noche, cuando todos se han ido y la casa vuelve al silencio, miro el álbum de fotos y lloro largo rato.
¿De verdad merece la pena vivir aferrada al pasado? ¿Cuántas veces dejamos pasar la felicidad por miedo a perder lo poco que creemos nuestro?