Nunca Seré Suficiente para Ellos: La Historia de Lucía y Álvaro
—¿De verdad crees que puedes sentarte en esta mesa como si fueras una de nosotros?— La voz de doña Mercedes, la madre de Álvaro, retumbó en el comedor como un trueno. Yo apreté la servilleta entre mis manos sudorosas, sintiendo las miradas clavadas en mi nuca. Álvaro, a mi lado, me cogió la mano por debajo de la mesa, pero su gesto era más tembloroso que reconfortante.
No era la primera vez que me enfrentaba a ese juicio silencioso. Desde que empecé a salir con Álvaro, todo había sido una batalla. Él era el hijo único de una familia acomodada de Salamanca: su padre, don Ignacio, catedrático de Historia en la Universidad; su madre, médica reconocida en el hospital provincial. Yo, Lucía, hija de una cajera y un albañil en paro, criada en un barrio donde los sueños se apagan pronto y las oportunidades se cuentan con los dedos de una mano.
Recuerdo la primera vez que Álvaro me llevó a su casa. El portal olía a cera y a flores frescas. El mármol brillaba tanto que me sentí sucia solo por pisarlo. Doña Mercedes me saludó con dos besos fríos y una sonrisa tan tensa que parecía dolorosa. Don Ignacio apenas levantó la vista del periódico.
—¿Y tus padres a qué se dedican?— preguntó ella, con ese tono que no busca conversación sino clasificación.
—Mi madre trabaja en un supermercado y mi padre está buscando empleo— respondí, tragando saliva.
El silencio fue tan espeso que casi podía cortarse con cuchillo. Álvaro intentó cambiar de tema, pero ya estaba todo dicho. Desde entonces, cada encuentro era una prueba: ¿sabía usar correctamente los cubiertos? ¿Conocía las reglas del mus? ¿Podía hablar de arte sin delatar mi ignorancia?
A pesar de todo, Álvaro insistía en que nuestro amor podía con cualquier cosa. «No les hagas caso, Lucía. Ellos acabarán entendiéndolo», me repetía mientras paseábamos por la Plaza Mayor al atardecer. Pero yo veía cómo él cambiaba cuando estábamos con su familia: se volvía más callado, más rígido, como si llevara una máscara.
El verdadero golpe llegó el día que doña Mercedes organizó una cena para presentar a Marta, la hija del decano de Derecho. Marta era todo lo que ellos esperaban: elegante, culta, con un máster en Londres y un apellido doble. Yo estaba invitada solo para presenciar mi propia derrota.
Durante la cena, Marta y doña Mercedes hablaban de exposiciones y viajes a París. Don Ignacio preguntaba a Marta por sus planes de doctorado. Yo me sentía invisible, reducida a una sombra en la esquina del mantel.
Cuando nos quedamos solos en el balcón, le pregunté a Álvaro:
—¿De verdad crees que esto tiene futuro? ¿No ves cómo me miran?
Él bajó la cabeza.
—No quiero perderte, Lucía. Pero tampoco quiero perder a mi familia…
Esa noche lloré hasta quedarme dormida. Al día siguiente, mi madre me encontró en la cocina, los ojos hinchados.
—¿Merece la pena sufrir así por alguien que no te defiende?— me preguntó mientras me acariciaba el pelo.
No supe qué responderle. Yo amaba a Álvaro, pero también sentía que me estaba perdiendo a mí misma intentando encajar en un mundo que no era el mío.
Pasaron semanas de silencios incómodos y mensajes fríos. Un día recibí una llamada de Álvaro:
—Tenemos que hablar.
Nos vimos en el parque donde nos dimos nuestro primer beso. Él llegó con el rostro desencajado.
—Mis padres han puesto las cosas muy difíciles… Me han dicho que si sigo contigo me cortarán la ayuda para el máster y…
No terminó la frase. Yo lo miré a los ojos y vi el miedo, la duda, el peso de toda una vida educada para obedecer.
—¿Y tú qué quieres?— le pregunté.
Él no supo responderme. El silencio lo dijo todo.
Me levanté y caminé sola hasta mi casa. Sentí rabia, tristeza y una extraña sensación de alivio. Por fin entendía que no podía luchar sola contra un muro tan alto.
Hoy, meses después, sigo pensando en él. A veces lo veo por la calle con Marta, sonriente pero distante. Yo he empezado a estudiar por las noches mientras trabajo en una librería. Mi madre dice que algún día encontraré a alguien que me quiera sin condiciones.
Pero aún me pregunto: ¿Por qué dejamos que los prejuicios decidan por nosotros? ¿Cuántos amores se rompen cada día en España por culpa del qué dirán?
¿Vosotros también habéis sentido alguna vez que nunca seréis suficientes para los padres de alguien?