Sola en la Boda: El Secreto que Rompió Mi Familia

—¡No me mientas más, Mariana! —gritó Leonardo, su voz retumbando en las paredes de nuestra pequeña casa en Puebla. Era una noche lluviosa, y el trueno afuera parecía responderle. Yo sostenía la taza de café con manos temblorosas, intentando no derramarla sobre la mesa.

—No te estoy mintiendo, Leo. ¿Por qué siempre piensas lo peor de mí? —respondí, sintiendo cómo se me quebraba la voz.

Él me miró con esos ojos oscuros, llenos de rabia y desconfianza. Había sido así desde hacía meses, tal vez años. Cada vez que salía a comprar tortillas o a buscar a Jacob a la escuela, Leonardo encontraba una excusa para pelear. Decía que yo coqueteaba con el carnicero, que me tardaba demasiado en el mercado, que mi sonrisa era demasiado amable con los vecinos. Yo lo amaba, pero su inseguridad era una sombra que oscurecía todo.

Esa noche, después de gritarme y romper un vaso contra la pared, Leonardo tomó su chamarra y salió bajo la lluvia. No volvió. Me quedé sentada en la cocina, escuchando el tic-tac del reloj y el golpeteo de las gotas en el techo de lámina. Jacob, nuestro hijo de diecisiete años, bajó las escaleras con los ojos hinchados por el sueño.

—¿Otra vez pelearon? —preguntó en voz baja.

No supe qué decirle. Solo lo abracé fuerte, como si pudiera protegerlo del dolor que ya nos envolvía.

Pasaron los días y luego las semanas. Leonardo no llamó ni mandó mensaje. Su madre vino a buscar sus cosas y me miró con desprecio, como si yo fuera la culpable de todo. En el barrio empezaron los rumores: que si yo tenía un amante, que si Leonardo se había ido con otra mujer. Nadie sabía la verdad, ni siquiera yo.

Jacob se volvió más callado. Pasaba horas encerrado en su cuarto, escuchando música o chateando con sus amigos. Yo intentaba mantenerme fuerte por él, pero cada noche lloraba en silencio, preguntándome en qué momento se había roto nuestro matrimonio.

Un mes después llegó la invitación a la boda de Jeremy, el mejor amigo de Jacob desde la primaria. Jeremy era como un hijo para mí; su mamá murió cuando él tenía diez años y yo siempre lo recibí en casa con un plato de arroz con leche o una sopa caliente. Jacob dudó en ir, pero al final aceptó porque Jeremy insistió mucho.

La boda fue en una quinta sencilla a las afueras de Cholula. Había música de mariachi, mesas decoradas con flores silvestres y niños corriendo entre los invitados. Yo llevaba un vestido azul que me prestó mi hermana y traté de sonreír para no preocupar a Jacob.

Todo parecía ir bien hasta que vi a Leonardo entre los invitados. Estaba delgado, con barba descuidada y una mirada perdida. No venía solo: a su lado estaba una mujer joven, rubia y risueña, tomada de su brazo como si nada hubiera pasado entre nosotros.

Sentí un nudo en el estómago. Quise acercarme a reclamarle, a gritarle todo lo que me había guardado durante semanas, pero me contuve por Jacob. Él también lo vio y apretó los puños bajo la mesa.

Durante el brindis, Jeremy tomó el micrófono y agradeció a todos por estar presentes. Luego miró a Jacob y le pidió que subiera al escenario.

—Quiero agradecerle a mi hermano del alma —dijo Jeremy— porque sin él yo no estaría aquí hoy. Y también quiero aprovechar para decir algo que he guardado mucho tiempo…

El salón quedó en silencio. Jeremy respiró hondo y miró directamente a Leonardo.

—Leonardo… gracias por ser como un padre para mí cuando el mío se fue. Pero también quiero pedirte perdón por algo que pasó hace años y que nunca tuve el valor de decir.

Todos nos miramos confundidos. Leonardo frunció el ceño y la mujer rubia le apretó la mano.

—Hace cinco años —continuó Jeremy— cometí un error muy grande. Estaba perdido, dolido por la muerte de mi mamá… y busqué consuelo donde no debía. Mariana… —me miró con ojos llenos de culpa— perdón por haberte puesto en esa situación incómoda aquella noche que fui a tu casa borracho. Nunca debí besarte ni decirte esas cosas. Sé que tú nunca le fuiste infiel a Leonardo.

El aire se volvió pesado. Sentí todas las miradas sobre mí: algunas llenas de compasión, otras de juicio. Leonardo se puso pálido y soltó el brazo de su acompañante.

—¿Qué estás diciendo? —balbuceó él.

Jeremy bajó la cabeza.—Lo siento mucho. Mariana me rechazó y me pidió que nunca volviera a hacer algo así. Pero yo… yo tenía miedo de que tú pensaras mal y por eso nunca lo conté.

Las lágrimas rodaron por mis mejillas sin poder evitarlo. Jacob se levantó furioso.

—¡¿Por eso nos dejaste?! ¿Por un chisme? ¡Mi mamá nunca te engañó!

Leonardo intentó acercarse a mí, pero di un paso atrás. Sentí rabia, tristeza y alivio al mismo tiempo. Durante años soporté sus celos injustificados, sus gritos y sus dudas… todo por una mentira nacida del dolor ajeno.

La fiesta siguió como si nada, pero para mí todo había cambiado. Me senté sola bajo un árbol mientras veía a Jacob abrazar a Jeremy y llorar juntos como hermanos.

Leonardo se acercó más tarde.—Mariana… perdóname. Fui un tonto.

Lo miré largo rato.—No sé si algún día podré perdonarte, Leo. Me quitaste años de paz por algo que nunca existió.

Esa noche regresé a casa sola con Jacob. En el camino él me tomó la mano.—Mamá, eres la mujer más fuerte que conozco.

Hoy, meses después, sigo reconstruyendo mi vida junto a mi hijo. A veces me pregunto: ¿cuántas familias se destruyen por no hablar claro? ¿Cuántas mujeres cargan culpas ajenas en silencio? ¿Ustedes qué harían si estuvieran en mi lugar?