El consejo de abuela que no fue suficiente

«¡No te cases si no estás dispuesto a luchar por ella todos los días!», me dijo mi abuela mientras me ajustaba la corbata con sus manos temblorosas. Sus ojos, llenos de una sabiduría que solo los años pueden otorgar, me miraban fijamente. Era el día de mi boda con Melissa, y aunque estaba nervioso, sentía que nada podía salir mal. Mi abuela siempre había sido mi brújula moral, y sus palabras resonaban en mi mente como un mantra.

Melissa y yo nos conocimos en la universidad en Ciudad de México. Ella estudiaba literatura y yo ingeniería. Desde el primer momento en que la vi, supe que había algo especial en ella. Su risa era contagiosa y su manera de ver el mundo me fascinaba. Nos enamoramos rápidamente y, después de cinco años de noviazgo, decidimos casarnos.

La ceremonia fue hermosa. Rodeados de amigos y familiares, intercambiamos votos en una pequeña iglesia en el centro de la ciudad. Recuerdo que mientras decía «sí, acepto», sentí una mezcla de emoción y miedo. ¿Sería capaz de cumplir con las expectativas que todos tenían sobre mí? ¿Podría ser el esposo que Melissa merecía?

Los primeros meses fueron un sueño. Vivíamos en un pequeño departamento en Coyoacán, lleno de libros y plantas que Melissa cuidaba con esmero. Pasábamos las noches hablando hasta tarde, planeando nuestro futuro juntos. Sin embargo, como suele suceder, la realidad comenzó a imponerse.

Melissa quedó embarazada al año de casarnos. La noticia nos llenó de alegría, pero también trajo consigo una serie de preocupaciones que no habíamos anticipado. Las discusiones sobre dinero se volvieron más frecuentes. Yo trabajaba largas horas para asegurarme de que no nos faltara nada, pero eso significaba menos tiempo juntos.

«No entiendo por qué tienes que trabajar tanto», me decía Melissa una noche mientras cenábamos. «A veces siento que estoy criando a este bebé sola».

«Lo hago por nosotros», respondía yo, tratando de mantener la calma. «Quiero que tengamos una vida cómoda».

Pero las palabras no eran suficientes para calmar sus miedos ni los míos. La llegada de nuestro hijo, Santiago, fue un momento mágico, pero también marcó el inicio de una etapa complicada. Las noches sin dormir y las responsabilidades crecientes comenzaron a desgastarnos.

Recuerdo una noche en particular. Santiago no paraba de llorar y yo estaba exhausto después de un día largo en el trabajo. Melissa estaba en la cocina, llorando silenciosamente mientras intentaba preparar algo para cenar.

«¿Qué nos está pasando?», le pregunté mientras la abrazaba por detrás.

«No lo sé», respondió entre sollozos. «Siento que estamos perdiendo lo que éramos».

Ese momento fue un punto de inflexión para mí. Me di cuenta de que había estado tan enfocado en proveer materialmente que había descuidado lo más importante: nuestra relación.

Decidí hacer cambios. Comencé a llegar más temprano a casa y a involucrarme más en el cuidado de Santiago. Melissa y yo empezamos a salir juntos nuevamente, aunque fuera solo para dar un paseo por el parque.

Sin embargo, los problemas no desaparecieron por completo. La presión económica seguía presente y nuestras diferencias se hacían más evidentes con el tiempo. Melissa quería volver a estudiar y yo no sabía cómo podríamos costearlo sin sacrificar aún más tiempo juntos.

Una noche, después de una discusión particularmente intensa sobre el futuro, Melissa me miró con lágrimas en los ojos y dijo: «A veces siento que el amor no es suficiente».

Esas palabras me golpearon como un balde de agua fría. ¿Cómo podía ser posible? Siempre pensé que mientras nos amáramos, podríamos superar cualquier cosa.

Fue entonces cuando recordé las palabras de mi abuela: «Lucha por ella todos los días». Me di cuenta de que amar no era solo un sentimiento, sino una acción constante. No bastaba con decir «te amo», tenía que demostrarlo con hechos.

Con el tiempo, Melissa y yo aprendimos a comunicarnos mejor y a apoyarnos mutuamente en nuestros sueños individuales. Ella retomó sus estudios y yo encontré un equilibrio entre el trabajo y la familia.

Hoy, mientras observo a Santiago jugar en el jardín, reflexiono sobre todo lo que hemos pasado juntos. El matrimonio es un viaje lleno de desafíos, pero también de momentos hermosos que valen cada esfuerzo.

Me pregunto si algún día podré transmitirle a Santiago la misma sabiduría que mi abuela me dio. ¿Entenderá él que el amor es una elección diaria? ¿Que a veces hay que luchar incluso cuando parece más fácil rendirse? Solo el tiempo lo dirá.