El eco de un pasado no resuelto

«¡No puedo más, Isaac! ¡No puedo seguir viviendo así!» grité mientras lanzaba el teléfono sobre la mesa. La pantalla aún mostraba el último mensaje de texto de Mariana, su exesposa. «¿Por qué siempre tiene que ser así? ¿Por qué siempre tiene que usar a Matías para manipularte?»

Isaac me miró con esos ojos oscuros que tanto amaba, pero que ahora solo reflejaban cansancio. «Lo sé, Sofía. Créeme que lo sé. Pero Matías es mi hijo, y no puedo simplemente ignorar lo que Mariana dice o hace.»

Suspiré, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en mi pecho. Había sido así desde el principio. Cuando conocí a Isaac, él ya estaba separado de Mariana, viviendo en un pequeño apartamento en el centro de Buenos Aires. Me enamoré de él por su bondad y su dedicación a su hijo, pero nunca imaginé que su pasado seguiría interfiriendo en nuestro presente.

Mariana siempre encontraba una manera de insertarse en nuestras vidas. Al principio, pensé que era normal; después de todo, compartían un hijo. Pero pronto me di cuenta de que sus intenciones no eran tan inocentes. Cada vez que Isaac y yo planeábamos algo especial, surgía una «emergencia» con Matías que requería toda la atención de Isaac.

«¿Recuerdas cuando íbamos a ir a Mendoza para nuestro aniversario?» le recordé, tratando de mantener la calma. «De repente, Matías se enfermó misteriosamente y tú tuviste que cancelar todo para quedarte aquí.»

Isaac asintió, su expresión era una mezcla de culpa y resignación. «No puedo dejar de preocuparme por él, Sofía. Es mi hijo.»

«Lo sé,» respondí suavemente, acercándome a él y tomando sus manos. «Pero también somos una familia ahora. Necesitamos encontrar un equilibrio, o esto nos destruirá.»

La situación se complicó aún más cuando Mariana comenzó a insinuar que quería volver con Isaac. Utilizaba a Matías como excusa para pasar más tiempo juntos, organizando reuniones familiares bajo el pretexto de «lo mejor para el niño».

Una tarde, mientras Isaac estaba en el trabajo, Mariana apareció en nuestra puerta con Matías. «Necesito hablar contigo,» dijo sin rodeos.

«Isaac no está,» respondí fríamente, tratando de mantener la compostura.

«No importa,» insistió ella, entrando sin esperar invitación. «Esto también te concierne a ti.»

Me quedé allí, escuchando cómo Mariana hablaba sobre lo mucho que extrañaba la vida familiar que tenía con Isaac y cómo pensaba que sería mejor para Matías si volvían a estar juntos.

«¿No crees que sería lo mejor para él?» preguntó finalmente, mirándome directamente a los ojos.

Sentí un nudo en la garganta. «Lo mejor para Matías es tener padres felices,» respondí con firmeza. «Y eso no significa necesariamente que tengan que estar juntos.»

Mariana sonrió con una frialdad que me heló la sangre. «Veremos,» dijo antes de salir con Matías.

Esa noche, cuando le conté a Isaac lo sucedido, vi cómo la preocupación se apoderaba de su rostro. «No quiero perder a mi hijo,» murmuró.

«Y no lo harás,» le aseguré, aunque en mi interior no estaba tan segura.

Los días pasaron y las tensiones aumentaron. Mariana continuaba interfiriendo, y cada vez era más difícil para Isaac y para mí encontrar momentos de paz.

Una noche, después de una discusión particularmente intensa sobre cómo manejar la situación con Mariana, me encontré sola en nuestra habitación, mirando por la ventana hacia las luces parpadeantes de la ciudad.

«¿Cómo llegamos aquí?» me pregunté en voz alta. «¿Cómo dejamos que alguien más controle nuestras vidas?»

Isaac entró en la habitación y se sentó a mi lado. «No quiero perderte,» dijo suavemente.

Lo miré, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con desbordarse. «Tampoco quiero perderte a ti,» respondí.

Nos abrazamos en silencio, sabiendo que el camino por delante no sería fácil.

A veces me pregunto si el amor realmente puede superar todas las barreras o si hay heridas del pasado que nunca sanan del todo. ¿Es posible construir un futuro cuando el pasado sigue llamando a nuestra puerta?