Las Cartas Ocultas Que Sacudieron Mi Matrimonio
«¡No puede ser!» exclamé mientras mis manos temblaban al sostener las cartas amarillentas que había encontrado en el fondo de una vieja caja de zapatos. Estaba limpiando el desván de nuestra casa en Bogotá, una tarea que había pospuesto durante meses. Mi esposo, Daniel, estaba de servicio en otra ciudad, y yo aprovechaba su ausencia para poner en orden el caos que habíamos acumulado con tantas mudanzas.
Daniel es militar, y su trabajo nos obliga a cambiar de residencia con frecuencia. Cada nueva ciudad trae consigo la esperanza de un nuevo comienzo, pero también el peso de dejar atrás lo conocido. En cada lugar, su madre, María, nos visita con regularidad. Siempre pensé que teníamos una buena relación; ella era amable y cariñosa conmigo, o al menos eso creía.
Las cartas estaban dirigidas a Daniel, pero no eran de un remitente desconocido. Eran de María. Mi curiosidad me venció y comencé a leerlas. Con cada palabra, mi corazón se hundía más en un abismo de incredulidad y dolor. María hablaba de mí con un desprecio que jamás había percibido en sus visitas. Me llamaba «una carga» para Daniel, alguien que no merecía estar a su lado. Decía que nuestra relación era un error y que él debería reconsiderar su vida conmigo.
No podía creer lo que estaba leyendo. ¿Cómo podía alguien tan cercano ser tan cruel? Me senté en el suelo del desván, rodeada de polvo y recuerdos rotos, intentando procesar la traición que sentía. ¿Cómo había podido fingir tanto tiempo? ¿Y por qué Daniel nunca me había hablado de estas cartas?
Esa noche no pude dormir. Las palabras de María resonaban en mi mente como un eco interminable. Al día siguiente, llamé a Daniel. Necesitaba respuestas. «Daniel, encontré unas cartas de tu madre,» le dije con la voz quebrada por la emoción.
Hubo un silencio al otro lado de la línea antes de que él respondiera: «¿Qué cartas?»
«Cartas donde habla de mí… y no precisamente bien,» respondí, tratando de mantener la calma.
«Amor, no sé de qué hablas,» dijo él con un tono de confusión genuina.
«Estaban en una caja en el desván. ¿Por qué nunca me dijiste nada?»
Daniel suspiró profundamente antes de responder: «Nunca las vi. No sabía que existían.»
Su respuesta me dejó aún más confundida. ¿Era posible que él realmente no supiera nada? Decidí enfrentar a María directamente. La llamé y le pedí que viniera a visitarnos cuanto antes.
Cuando llegó, la confronté con las cartas en mano. «María, encontré esto,» le dije mientras le mostraba las cartas.
Su rostro se tornó pálido al verlas. «No era mi intención que las encontraras,» murmuró.
«¿Por qué?» pregunté con lágrimas en los ojos. «¿Por qué escribirías algo así sobre mí?»
María bajó la mirada antes de responder: «Temía perder a mi hijo. Pensé que si te alejaba, él volvería a mí.»
Su confesión me dejó sin palabras. Entendí su miedo, pero no podía justificar su traición. «María, yo nunca quise alejar a Daniel de ti,» le dije suavemente.
«Lo sé ahora,» respondió ella con lágrimas en los ojos. «Pero en ese momento estaba cegada por el miedo y la inseguridad.»
La conversación fue larga y dolorosa, pero necesaria. Al final, María pidió perdón y prometió intentar reparar el daño hecho.
Cuando Daniel regresó a casa, hablamos durante horas sobre lo sucedido. Él estaba tan sorprendido como yo por las acciones de su madre. «Nunca imaginé que ella pudiera hacer algo así,» me dijo mientras me abrazaba.
«Yo tampoco,» respondí mientras apoyaba mi cabeza en su hombro.
Decidimos seguir adelante juntos, pero sabíamos que sería un camino difícil. La confianza rota no se repara de la noche a la mañana.
A veces me pregunto si alguna vez podré olvidar lo que leí en esas cartas. ¿Es posible reconstruir lo que se ha roto? ¿Podremos realmente dejar atrás el dolor y seguir adelante? Solo el tiempo lo dirá.