El Espejismo de la Perfección: Lo que los Hombres Creen Desear en una Mujer
«¡No puedo más, Alejandro! ¡No soy perfecta y nunca lo seré!» grité con lágrimas en los ojos, mientras él me miraba con esa mezcla de frustración y decepción que había llegado a conocer tan bien. Estábamos en medio de otra discusión, una de esas que parecían repetirse como un ciclo interminable. Alejandro se pasó la mano por el cabello, un gesto que hacía cada vez que no sabía qué decir.
«No estoy pidiendo perfección, Valeria,» respondió con voz cansada, «solo quiero que entiendas lo que necesito.» Pero sus palabras resonaban vacías, como si ni él mismo supiera realmente qué era eso que tanto anhelaba.
Desde que éramos adolescentes, Alejandro y yo habíamos estado juntos. Crecimos en el mismo barrio de Buenos Aires, compartiendo sueños y esperanzas. Pero a medida que pasaron los años, nuestras vidas tomaron caminos diferentes. Él se convirtió en un exitoso abogado, mientras yo luchaba por encontrar mi lugar en el mundo del arte.
A menudo me preguntaba si alguna vez había sido suficiente para él. Alejandro siempre había tenido una imagen clara de lo que quería: una mujer que fuera su igual en todos los sentidos, alguien que pudiera pararse a su lado en las reuniones sociales y deslumbrar a todos con su inteligencia y belleza. Pero yo, con mis inseguridades y mis sueños bohemios, nunca encajé del todo en ese molde.
«¿Por qué no puedes ser más como Mariana?» me dijo una vez, refiriéndose a su colega del bufete. Mariana era todo lo que yo no era: segura de sí misma, ambiciosa y siempre impecablemente vestida. Esa comparación me hirió más de lo que él podría imaginar.
Con el tiempo, empecé a cambiarme a mí misma para complacerlo. Me corté el cabello como él prefería, empecé a usar ropa más formal y hasta intenté interesarme por el derecho. Pero cada cambio solo me alejaba más de quien realmente era. Me convertí en una sombra de mí misma, persiguiendo un ideal inalcanzable.
Una noche, después de una cena particularmente incómoda con sus colegas, me encontré llorando en el baño del restaurante. «¿Qué estoy haciendo?» me pregunté mientras miraba mi reflejo en el espejo empañado. Fue en ese momento cuando decidí que algo tenía que cambiar.
Al día siguiente, llamé a mi amiga Camila. Ella siempre había sido mi roca, la única persona que me conocía realmente. «Necesito hablar contigo,» le dije entre sollozos.
Nos encontramos en nuestro café favorito, un pequeño lugar escondido en una esquina del barrio. «Valeria, no puedes seguir viviendo así,» me dijo Camila mientras me tomaba de la mano. «Alejandro no es el único hombre en el mundo. Y tú mereces ser amada por quien realmente eres.»
Sus palabras resonaron en mi corazón como un eco liberador. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía respirar. Decidí tomarme un tiempo para mí misma, para redescubrir quién era sin la sombra de las expectativas ajenas.
Empecé a pintar de nuevo, algo que había dejado de hacer porque Alejandro lo consideraba una pérdida de tiempo. Mis pinceladas eran torpes al principio, pero poco a poco recuperé mi ritmo. Cada cuadro era un paso hacia mi libertad.
Un día, mientras caminaba por el parque con Camila, nos encontramos con Javier, un viejo amigo del colegio. Había cambiado mucho desde la última vez que lo vi; ahora era un fotógrafo reconocido y viajaba por todo el mundo capturando historias con su cámara.
«Valeria, ¡cuánto tiempo!» exclamó Javier con una sonrisa genuina. «He visto algunas de tus pinturas en línea. Son increíbles.» Sus palabras me sorprendieron y me llenaron de una calidez que no había sentido en mucho tiempo.
A medida que pasaban los días, Javier y yo comenzamos a vernos más seguido. Había algo en su forma de ver el mundo que me inspiraba. Nunca intentó cambiarme ni compararme con nadie más; simplemente me aceptaba tal como era.
Una tarde, mientras caminábamos por las calles empedradas de San Telmo, Javier se detuvo y me miró fijamente a los ojos. «Valeria,» dijo con voz suave, «no necesitas ser perfecta para ser amada.» Sus palabras fueron como un bálsamo para mi alma herida.
Fue entonces cuando comprendí que había pasado demasiado tiempo tratando de cumplir con las expectativas de los demás sin detenerme a pensar en lo que realmente quería para mí misma.
Finalmente reuní el valor para hablar con Alejandro. Nos encontramos en el café donde solíamos ir cuando éramos adolescentes. «Alejandro,» comencé con voz firme, «he cambiado mucho por ti, pero ya no puedo seguir haciéndolo. Necesito ser fiel a mí misma.» Él me miró sorprendido, pero no dijo nada.
«Espero que encuentres lo que buscas,» continué mientras me levantaba para irme. Sentí una mezcla de tristeza y alivio al dejar atrás esa parte de mi vida.
Ahora estoy aquí, frente a un lienzo en blanco, lista para comenzar un nuevo capítulo. Me doy cuenta de que la perfección es solo un espejismo y que lo más importante es encontrar a alguien que valore nuestra esencia auténtica.
¿Es posible amar sin intentar cambiar al otro? ¿Podemos realmente ser felices siendo nosotros mismos? Estas son preguntas que todavía resuenan en mi mente mientras sigo pintando mi propio camino.