El día que mi hijo no volvió del mercado
El sonido del teléfono resonó en la casa como un trueno en una noche tranquila. «¡Mamá, mamá! ¡Martín no está!». La voz de Javier, mi hijo mayor, temblaba al otro lado de la línea. Sentí que el suelo se desvanecía bajo mis pies. «¿Cómo que no está?», pregunté, intentando mantener la calma mientras mi corazón latía con fuerza.
Esa mañana había sido como cualquier otra. El sol brillaba con fuerza sobre nuestro pequeño pueblo en las afueras de Madrid. Había enviado a Javier al mercado a comprar algunas cosas para la cena. Martín, con su energía inagotable y su admiración por su hermano mayor, había insistido en acompañarlo. «Por favor, mamá, quiero ir con Javi», había suplicado con esos ojos grandes y brillantes que siempre lograban convencerme.
«Está bien, pero cuida de tu hermano», le dije a Javier mientras les entregaba una lista de compras y un billete de veinte euros. «No te preocupes, mamá», respondió él con una sonrisa confiada.
Pero ahora, esa confianza se había convertido en desesperación. «Estábamos en la tienda de Don Luis, comprando el pan, y cuando me di la vuelta, Martín ya no estaba», explicó Javier entre sollozos.
Colgué el teléfono y corrí hacia el mercado. Mi mente era un torbellino de pensamientos oscuros y preguntas sin respuesta. ¿Cómo podía haber desaparecido tan rápido? ¿Dónde estaba mi pequeño Martín?
Al llegar al mercado, vi a Javier parado frente a la tienda de Don Luis, con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Lo abracé con fuerza, intentando transmitirle una seguridad que yo misma no sentía. «Vamos a encontrarlo», le aseguré, aunque por dentro me sentía aterrada.
Comenzamos a buscar por todo el mercado, preguntando a los vendedores si habían visto a un niño pequeño con una camiseta azul y pantalones cortos amarillos. Algunos recordaban haberlo visto correteando detrás de su hermano, pero nadie sabía dónde estaba ahora.
La policía llegó poco después. Tomaron nota de la descripción de Martín y comenzaron a buscar por el área. Mientras tanto, yo no podía dejar de pensar en todas las historias que había escuchado sobre niños desaparecidos. Cada minuto que pasaba sin noticias de Martín era una eternidad.
La tarde se convirtió en noche, y el mercado se vació poco a poco. La desesperación se apoderó de mí cuando la policía sugirió que volviéramos a casa y esperáramos noticias. «No puedo irme sin mi hijo», les dije con lágrimas en los ojos.
Finalmente, después de horas de búsqueda infructuosa, recibimos una llamada. Un hombre había encontrado a un niño pequeño cerca del parque del pueblo. Corrí hacia allí con Javier a mi lado, rezando para que fuera Martín.
Al llegar al parque, vi a un grupo de personas reunidas alrededor de un banco. En el centro estaba Martín, abrazado por una amable anciana que lo había encontrado llorando solo. Corrí hacia él y lo envolví en mis brazos, sintiendo un alivio indescriptible al tenerlo nuevamente conmigo.
«¿Dónde estabas?», le pregunté suavemente mientras lo abrazaba con fuerza.
«Me perdí, mamá», respondió entre sollozos. «Vi un perrito y lo seguí… pero luego no sabía cómo volver».
Mi corazón se rompió al escuchar sus palabras. Era solo un niño curioso que había seguido su instinto sin pensar en las consecuencias.
De regreso a casa, con Martín dormido en mis brazos y Javier caminando a mi lado, reflexioné sobre lo sucedido. ¿Cómo podía haber sido tan descuidada? ¿Cómo pude haber dejado que algo así sucediera?
Esa noche, mientras observaba a mis hijos dormir, me prometí a mí misma ser más cuidadosa en el futuro. La vida es frágil y puede cambiar en un instante.
Y ahora me pregunto: ¿Cuántas veces damos por sentado lo que tenemos hasta que estamos a punto de perderlo? ¿Cuántas veces olvidamos lo valioso que es cada momento con nuestros seres queridos?