El Visitante Inesperado del Borde del Bosque
El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un naranja profundo. Estaba arrodillada en el jardín, arrancando las malas hierbas que amenazaban con ahogar mis flores, cuando escuché un crujido proveniente del bosque. Me detuve en seco, el corazón latiéndome en la garganta. No era raro escuchar ruidos provenientes del bosque, pero este sonido tenía algo diferente, algo que me erizó la piel.
«¿Quién anda ahí?» pregunté con voz temblorosa, levantándome lentamente y limpiando mis manos en el delantal. El silencio fue mi única respuesta. Me quedé quieta, escudriñando las sombras que se alargaban entre los árboles.
De repente, un joven salió tambaleándose del bosque. Su ropa estaba desgarrada y su rostro cubierto de suciedad y sudor. «¡Ayúdame!», exclamó antes de desplomarse en el suelo.
Corrí hacia él, mi mente llena de preguntas y mi corazón latiendo con fuerza. ¿Quién era este joven? ¿Qué hacía en el bosque? Lo llevé a casa con dificultad, apoyándolo sobre mis hombros. Al entrar, mi madre, Carmen, se levantó de la mesa con una expresión de alarma.
«¿Qué ha pasado, Valeria?», preguntó mientras me ayudaba a acostar al joven en el sofá.
«No lo sé, mamá. Lo encontré en el bosque. Parece herido», respondí mientras buscaba un botiquín de primeros auxilios.
El joven abrió los ojos lentamente y murmuró algo ininteligible. «Tranquilo», le dije suavemente mientras limpiaba sus heridas. «Estás a salvo ahora».
Pasaron los días y el joven, cuyo nombre descubrimos que era Diego, comenzó a recuperarse. Nos contó que había estado viviendo en el bosque durante semanas, huyendo de algo que no podía explicar con claridad. «Es como si el bosque me hubiera atrapado», decía con un brillo extraño en los ojos.
Mi padre, Jorge, no estaba convencido de su historia. «No podemos confiar en alguien que aparece de la nada», decía cada noche mientras discutíamos sobre qué hacer con Diego.
«Pero papá», insistía yo, «no podemos simplemente echarlo. Necesita ayuda».
La tensión crecía en casa. Mi madre intentaba mediar entre nosotros, pero era evidente que la presencia de Diego había alterado la paz familiar.
Una noche, mientras todos dormían, escuché un susurro proveniente del cuarto donde Diego descansaba. Me acerqué sigilosamente y lo vi hablando solo, como si estuviera en trance. «El bosque… el bosque me llama», repetía una y otra vez.
Al día siguiente, decidí confrontarlo. «Diego, ¿qué está pasando realmente?», le pregunté con firmeza.
Él me miró con ojos llenos de miedo y desesperación. «No lo entenderías», respondió evasivamente.
«Inténtalo», insistí.
Diego suspiró profundamente antes de hablar. «Hay algo en ese bosque… algo que me sigue desde hace tiempo. No sé qué es, pero siento que no puedo escapar».
Mis pensamientos se arremolinaban como una tormenta. ¿Podría ser cierto lo que decía? ¿O simplemente estaba perturbado por alguna experiencia traumática?
Esa misma tarde, mientras caminaba por el borde del bosque intentando encontrar respuestas, vi algo que me dejó helada: una figura oscura entre los árboles, observándome fijamente. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda y corrí de regreso a casa.
Esa noche, compartí lo que había visto con mi familia. Mi padre se mostró escéptico, pero mi madre parecía preocupada. «Quizás deberíamos llamar a alguien para que investigue», sugirió.
Sin embargo, antes de que pudiéramos tomar una decisión, Diego desapareció. Su cama estaba vacía y la puerta trasera abierta de par en par.
Lo buscamos durante días sin éxito. El pueblo comenzó a murmurar sobre nosotros y sobre el extraño joven del bosque. Algunos decían que habíamos traído mala suerte al dejarlo entrar.
Finalmente, una mañana recibimos una llamada de la policía: habían encontrado a Diego cerca del río, desorientado pero vivo. Cuando lo trajeron de vuelta a casa, estaba más tranquilo pero aún perturbado por lo que había vivido.
Con el tiempo, Diego se fue recuperando y decidió quedarse en el pueblo para empezar de nuevo. Sin embargo, el misterio del bosque nunca se resolvió por completo.
A veces me pregunto si realmente había algo sobrenatural acechando entre los árboles o si todo fue producto de nuestras mentes inquietas. Pero una cosa es segura: aquel visitante inesperado cambió nuestras vidas para siempre.
Y ahora me pregunto: ¿cuántas historias más esconde ese bosque? ¿Cuántas vidas han sido tocadas por su sombra sin que lo sepamos? Tal vez nunca lo sabremos.