El secreto de las monedas de mi padre
—¿Por qué tienes tanto dinero guardado, papá? —le pregunté temblando, con el sobre de papeles en la mano, mientras él se quedaba helado en el umbral de la puerta del salón.
Nunca olvidaré su cara. Era como si le hubieran quitado el suelo bajo los pies. Mi madre, Carmen, dejó caer la cuchara en el café y el silencio se hizo tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Yo había encontrado los extractos bancarios por accidente, buscando los papeles del seguro del coche en el cajón de su despacho. No era una cantidad cualquiera: más de 60.000 euros en una cuenta a nombre solo suyo, abierta en una sucursal de un barrio donde nadie nos conocía.
Mi nombre es Lucía y tengo 27 años. Vivo con mis padres en un piso antiguo de Lavapiés, Madrid. Siempre pensé que lo sabía todo sobre mi familia: las peleas por el dinero a final de mes, las cenas de tortilla y ensalada, los domingos de paseo por El Retiro. Pero ese día, al ver la cifra en la cuenta secreta de mi padre, sentí que no conocía nada.
—No es lo que piensas —balbuceó Antonio, mi padre, evitando mi mirada.
—¿Entonces qué es? —insistí, con la voz rota.
Mi madre se levantó despacio y se acercó a él. Le miró como si fuera un extraño. —¿Desde cuándo tienes esto? ¿Por qué nunca me lo has contado?
Él se sentó en la silla, derrotado. —No quería preocuparos…
—¿Preocuparnos? —salté yo—. ¿Sabes cuántas veces hemos tenido que pedirle dinero a la abuela para pagar la luz? ¿Cuántas veces mamá ha dejado de comprarse medicinas porque no llegábamos?
Antonio se tapó la cara con las manos. El silencio volvió a caer sobre nosotros. Yo sentía rabia, traición y una tristeza tan honda que me dolía el pecho.
Esa noche no dormí. Escuché a mis padres discutir en voz baja hasta bien entrada la madrugada. Al día siguiente, mi madre no me habló durante horas. Mi padre salió temprano y no volvió hasta la noche. El ambiente era irrespirable.
Pasaron los días y la tensión crecía. Mi hermano pequeño, Álvaro, notaba algo raro pero nadie le decía nada. Yo no podía dejar de pensar en todas las veces que mi padre nos había dicho que no había dinero para irnos de vacaciones o para cambiar la lavadora rota. ¿Por qué lo había hecho? ¿Era para él solo? ¿Para otra familia? ¿Para huir?
Una tarde, decidí enfrentarlo a solas. Lo encontré en el balcón, fumando un cigarro con la mirada perdida en los tejados.
—Papá, necesito saber la verdad —le dije—. No puedo seguir así.
Suspiró hondo y apagó el cigarro.
—Lucía… Cuando tu abuelo murió, me dejó algo de dinero. No era mucho al principio, pero lo fui ahorrando poco a poco. Siempre pensé que si las cosas iban mal de verdad… si perdía el trabajo o enfermaba… tendría algo para protegeros. Pero me dio miedo contarlo porque… porque sentí vergüenza. Vergüenza de no poder daros más, de tener que esconderlo por si acaso.
Me quedé callada. No era la respuesta que esperaba, pero tampoco me calmaba.
—¿Y por qué nunca lo usaste cuando mamá estuvo enferma? ¿O cuando casi nos echan del piso?
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Porque siempre pensaba que mañana sería peor… Que si lo gastaba hoy, mañana no tendría nada para salvaros.
Me abrazó y lloramos juntos. Pero algo se había roto entre nosotros.
Esa noche cenamos en silencio. Mi madre apenas probó bocado. Álvaro miraba su plato sin entender nada. Yo sentía un vacío enorme.
Los días siguientes fueron un desfile de reproches y silencios incómodos. Mi madre le echaba en cara cada sacrificio hecho durante años; yo no podía evitar mirarle con desconfianza cada vez que hablaba del futuro.
Una tarde, mi padre reunió a toda la familia en el salón.
—He decidido sacar el dinero y ponerlo a nombre de todos —dijo—. Quiero que decidamos juntos qué hacer con él.
Mi madre rompió a llorar. Álvaro preguntó si podríamos irnos de vacaciones por fin. Yo solo asentí con la cabeza, sin saber si eso bastaría para curar la herida.
Hoy han pasado meses desde aquel día. Hemos pagado las deudas más urgentes y mi madre ha podido comprarse sus medicinas sin mirar el precio. Pero la confianza… esa cuesta mucho más recuperarla.
A veces me pregunto: ¿cuántos secretos caben en una familia antes de que se rompa del todo? ¿Vosotros habéis sentido alguna vez que no conocéis a quienes más queréis?