«Sé que fui una mala madre: La fría despedida de un hijo»
Cuando Jaime tenía cuatro años, su mundo se puso patas arriba. Su padre, un hombre de pocas palabras y aún menos compromisos, se fue una mañana y nunca regresó. La madre de Jaime, Laura, se quedó para recoger los pedazos de sus vidas destrozadas. Sin un trabajo estable y con las facturas acumulándose, tomó la difícil decisión de mudarse a otra comunidad autónoma para trabajar, dejando a Jaime al cuidado de su abuela, Carmen.
Carmen era una mujer amable con un corazón lleno de amor y una casa llena de recuerdos. Hizo todo lo posible por llenar el vacío dejado por los padres ausentes de Jaime. Le enseñó a leer y escribir, le ayudaba con los deberes y lo arropaba cada noche con historias de héroes y aventuras. Pero por mucho que lo intentara, no podía reemplazar el anhelo que Jaime sentía por el abrazo de su madre.
Laura llamaba cada semana, su voz crepitando a través del teléfono como un eco distante. Le prometía a Jaime que volvería pronto, que serían una familia de nuevo. Pero las semanas se convirtieron en meses, y los meses en años. Cada vez que sonaba el teléfono, Jaime esperaba que fuera la llamada que trajera a su madre de vuelta. Pero nunca lo era.
A medida que Jaime crecía, la ausencia de sus padres pesaba mucho sobre él. Observaba a otros niños con sus familias en los eventos escolares y sentía una punzada de envidia. Se volvió retraído, prefiriendo la compañía de los libros a la de las personas. Construyó muros alrededor de su corazón, decidido a no dejar entrar a nadie que pudiera volver a dejarlo.
Carmen notó el cambio en Jaime pero se sentía impotente para ayudar. Intentó contactar con Laura, instándola a volver a casa antes de que fuera demasiado tarde. Pero Laura estaba atrapada en un ciclo de trabajo y supervivencia, siempre prometiendo que el próximo mes sería diferente.
Cuando Jaime cumplió 16 años, Laura finalmente regresó a casa. Esperaba una reunión alegre, pero lo que encontró fue un hijo que había crecido sin ella. Jaime estaba en la puerta, más alto de lo que recordaba, con ojos que contenían años de dolor y decepción.
«Sé que fui una mala madre,» comenzó Laura, con lágrimas en los ojos. «He venido para verte, para arreglar las cosas.»
Jaime la miró, su expresión indescifrable. «No tengo madre,» dijo en voz baja antes de darse la vuelta y salir por la puerta.
Laura se quedó allí, con el corazón roto mientras veía a su hijo desaparecer calle abajo. Se dio cuenta demasiado tarde de que algunas heridas son demasiado profundas para sanar solo con palabras.
Jaime nunca miró atrás. Llevó las cicatrices de su infancia consigo hasta la adultez, siempre receloso de dejar que alguien se acercara demasiado. Construyó una vida para sí mismo lejos de los recuerdos de su pasado, pero la sombra de lo que podría haber sido permanecía en los rincones de su mente.