La sombra de su pasado: Cuando el amor propio se pone a prueba
—¿Por qué sigues hablando con ella? —le pregunté a Sergio una noche, con la voz temblorosa y el corazón encogido. Él estaba sentado en el sofá, mirando su móvil, y ni siquiera levantó la vista al responderme.
—No seas exagerada, Lucía. Solo es una amiga. Ya te lo he dicho mil veces.
Pero yo no podía dejar de pensar en Marta. Marta, con su sonrisa perfecta y su trabajo en una editorial de Madrid. Marta, la que todos los amigos de Sergio aún mencionaban en las cenas, como si fuera imposible olvidarla. Marta, la que había dejado una huella tan profunda en él que yo sentía que nunca podría borrar.
Recuerdo la primera vez que la vi. Fue en el cumpleaños de Javier, el mejor amigo de Sergio. Yo llevaba un vestido azul que me hacía sentir insegura, y ella apareció con un aire despreocupado, riendo alto, saludando a todos como si fuera la anfitriona. Cuando se acercó a saludarme, me dio dos besos y me miró a los ojos con una mezcla de curiosidad y lástima.
—Así que tú eres Lucía —dijo—. Encantada. Sergio me ha hablado mucho de ti.
No supe qué responder. Sentí que todo el mundo nos miraba, esperando alguna reacción. Sergio se acercó y puso su mano en mi cintura, pero yo ya estaba atrapada en mis pensamientos: ¿qué tendría ella que yo no? ¿Por qué seguía tan presente en nuestras vidas?
Las semanas siguientes fueron un infierno silencioso. Cada vez que Sergio recibía un mensaje y sonreía al móvil, yo sentía una punzada en el estómago. Empecé a revisar sus redes sociales a escondidas, buscando señales de Marta. Una foto antigua aquí, un comentario allá… Todo me parecía una amenaza.
Una noche, después de cenar con mis padres en su piso de Chamberí, mi madre me miró fijamente mientras recogíamos los platos.
—¿Te pasa algo con Sergio? Estás muy callada últimamente.
No pude evitarlo y rompí a llorar. Le conté todo: mis celos, mis inseguridades, el miedo constante a no ser suficiente.
—Lucía —me dijo ella, acariciándome el pelo como cuando era niña—, nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento. Si Sergio está contigo es por algo. Pero tienes que confiar en ti misma.
Quise creerla, pero las dudas seguían creciendo como una hiedra venenosa. Empecé a compararme con Marta en todo: su trabajo, su físico, incluso su forma de hablar. Me sentía pequeña, insignificante.
Un sábado por la tarde, mientras Sergio veía el fútbol con su hermano Álvaro, decidí enfrentarme a mis miedos. Escribí a Marta por Instagram. No sabía muy bien qué decirle, solo necesitaba entender qué había entre ellos.
—Hola Marta. ¿Podemos hablar un momento? —le escribí.
No tardó ni cinco minutos en responder.
—Claro, dime.
Nos citamos para tomar un café en una terraza cerca del Retiro. Cuando llegué, ella ya estaba allí, hojeando un libro. Me senté frente a ella y respiré hondo.
—Sé que esto puede parecer raro —empecé—, pero necesito saber si todavía sientes algo por Sergio.
Marta me miró sorprendida y luego sonrió tristemente.
—Lucía… Sergio fue importante para mí, pero eso ya es pasado. Ahora solo somos amigos. Te lo juro.
Sentí alivio y vergüenza al mismo tiempo. Hablamos durante una hora larga. Descubrí que Marta también había sufrido mucho tras la ruptura y que admiraba la relación que yo tenía con Sergio.
Al volver a casa esa noche, encontré a Sergio esperándome en la cocina.
—¿Dónde has estado? Estaba preocupado —me dijo.
Le conté todo: mi encuentro con Marta, mis miedos, mis inseguridades. Por primera vez en meses hablé sin filtros.
Sergio me abrazó fuerte.
—Lucía, eres tú la mujer con la que quiero estar. No hay nadie más. Pero tienes que confiar en mí… y en ti misma.
A partir de ese día empecé a reconstruirme poco a poco. Fui a terapia, retomé mis clases de pintura y aprendí a mirar mi reflejo sin juzgarme tanto. No fue fácil; cada avance era seguido de dos pasos atrás. Pero empecé a entender que el verdadero problema no era Marta ni el pasado de Sergio: era mi propia inseguridad.
Hoy miro atrás y veo todo lo que he crecido. Mi relación con Sergio es más fuerte porque aprendimos a comunicarnos sin miedo ni reproches. Y yo… yo he aprendido a quererme un poco más cada día.
A veces me pregunto: ¿cuántas mujeres viven atrapadas por fantasmas del pasado? ¿Cuántas veces dejamos que nuestras inseguridades nos roben la felicidad? ¿Y tú? ¿Alguna vez has sentido que luchabas contra una sombra invisible?