El Secreto de Mamá: Treinta y Cinco Años Viviendo en la Sombra
—¡Manuel, apúrate! Si no llegas temprano otra vez, el patrón te va a correr —gritó doña Rosa desde la ventana, mientras yo me ajustaba la gorra y me miraba en el espejo roto del baño. Mi reflejo me devolvía la mirada de un hombre cansado, pero detrás de esos ojos oscuros seguía siendo Mariana, la mujer que un día soñó con ser maestra y terminó disfrazándose de hombre para sobrevivir.
No fue una decisión fácil. Cuando Lucía nació, supe que el mundo no nos daría tregua. Su padre, Julián, desapareció una noche después de una pelea, dejándonos solas en un cuarto de azotea en Iztapalapa. Busqué trabajo por todos lados; en cada entrevista, las miradas de los hombres se clavaban en mi cuerpo como cuchillos. «Aquí no contratamos mujeres», decían sin vergüenza. Una noche, mientras lloraba en la cama junto a Lucía, escuché a los vecinos hablar de cómo Manuel, el nuevo del taller, ganaba el doble que cualquier mujer del barrio. Fue entonces cuando tomé la decisión más difícil de mi vida.
Con ayuda de mi prima Leticia, corté mi cabello, me vendé el pecho y aprendí a caminar como hombre. «Nadie te va a descubrir si no bajas la guardia», me advirtió Leti. Así nació Manuel. Conseguí trabajo en el taller mecánico de don Ernesto. Al principio, los muchachos se burlaban de mi voz suave y mis manos pequeñas, pero pronto aprendí a defenderme. «Manuel es callado pero chambeador», decían. Nadie sospechó nada.
Lucía creció creyendo que su mamá era su tío. «¿Por qué no tengo mamá?», preguntaba a veces con sus grandes ojos negros llenos de tristeza. Yo le inventaba historias: que su mamá estaba lejos, trabajando para mandarle dinero. Cada noche, cuando todos dormían, entraba a su cuarto y le acariciaba el cabello en silencio, ahogando las lágrimas para no despertar sospechas.
Los años pasaron entre grasa de motor y jornadas interminables. Vi a Lucía convertirse en una joven hermosa y rebelde. Se enamoró de un muchacho del barrio, Emiliano, y yo sentí celos y miedo. ¿Qué pasaría si él descubría mi secreto? ¿Si alguien se daba cuenta de que Manuel no era quien decía ser?
Un día, Lucía llegó llorando a casa. «Me corrieron de la prepa porque no pagamos la colegiatura», sollozaba. Sentí una rabia inmensa contra el mundo y contra mí misma por no poder darle más. Esa noche salí a buscar otro trabajo; terminé limpiando baños en un restaurante por las madrugadas. Dormía tres horas al día y mi cuerpo empezó a resentirlo: dolores en el pecho, fiebre constante, pero nunca me detuve.
La situación se volvió insostenible cuando Emiliano empezó a sospechar. «Tu tío es muy raro», le dijo a Lucía una tarde. «Nunca habla de su pasado ni tiene familia». Lucía me enfrentó esa noche:
—Tío Manuel, dime la verdad. ¿Quién eres realmente?
Sentí que el mundo se me venía encima. Quise confesarle todo, pero el miedo me paralizó. «No soy nadie importante», respondí con voz temblorosa.
Poco después, don Ernesto murió y su hijo tomó el taller. «Ya no necesitamos tantos empleados», me dijo sin mirarme a los ojos. Me quedé sin trabajo a los 60 años, con el cuerpo roto y el alma desgastada.
Lucía consiguió empleo como cajera en un supermercado y empezó a ayudarme con los gastos. Un día llegó a casa con una noticia:
—Me ofrecieron una beca para estudiar enfermería en Veracruz.
Sentí orgullo y terror al mismo tiempo. Si se iba, ¿qué sería de mí? Pero también sabía que era su oportunidad de romper el ciclo.
La noche antes de su partida, entré a su cuarto vestida como Mariana por primera vez en décadas. Lucía despertó sobresaltada.
—¿Mamá?
Nos abrazamos llorando como nunca antes.
—Perdóname por todo lo que te oculté —le susurré—. Todo lo hice por ti.
Lucía me besó la frente.
—Gracias por tu sacrificio, mamá. Ahora entiendo todo.
Hoy vivo sola en el mismo cuarto de azotea donde empezó nuestra historia. A veces me miro al espejo y apenas reconozco a Mariana bajo las cicatrices del tiempo y la mentira. Pero cuando Lucía me llama desde Veracruz y me dice «Te quiero, mamá», siento que todo valió la pena.
¿Hasta dónde puede llegar una madre por amor? ¿Cuántas mujeres en nuestro país han tenido que ocultarse o disfrazarse para sobrevivir? ¿Vale la pena perderse a una misma por proteger a quienes amamos? Los leo.