El testamento de la abuela: una herencia entre heridas y esperanzas

—¿De verdad vas a hacer eso, abuela? —La voz de Lucía tiembla, pero sus ojos no se apartan de los míos.

El papel del notario tiembla entre mis manos. Afuera llueve con fuerza sobre el tejado de tejas rojas, como si el cielo quisiera limpiar los pecados de esta familia. Me miro las manos arrugadas y pienso en todo lo que he callado durante años.

—Sí, Lucía. Es lo justo —respondo, aunque sé que la justicia es un concepto resbaladizo en esta casa.

Mi hijo Antonio no está aquí. Hace meses que no viene a verme. Desde que se divorció de Marta, su vida es un ir y venir de excusas y ausencias. Ocho años duró ese matrimonio, ocho años de gritos tras las paredes finas del piso de Vallecas, de portazos y lágrimas ahogadas en la almohada. Marta nunca fue fácil. Siempre tenía una palabra hiriente para todos, especialmente para mí. Pero Antonio… él simplemente no estaba. Ni para ella, ni para Lucía, ni para mí.

Recuerdo la última vez que discutimos:

—¡Siempre te pones de parte de ella! —me gritó Antonio, con los ojos enrojecidos por el alcohol.
—No me pongo de parte de nadie, hijo. Solo quiero que seas un buen padre.
—¿Y tú qué sabes de ser madre? ¡Si nunca me entendiste!

Aquella noche me encerré en mi cuarto y lloré como una niña. Pero Lucía vino a buscarme. Tenía apenas doce años y ya sabía consolar mejor que cualquier adulto.

—No llores, abuela. Yo siempre estaré contigo.

Y así fue. Cuando Marta se marchó llevándose todo menos a Lucía —que prefirió quedarse conmigo—, supe que el destino me había dado una segunda oportunidad. Lucía llenó la casa de risas y música; aprendió a tocar la guitarra con un viejo instrumento que encontré en el trastero. Me acompañó al mercado los sábados y me ayudó a plantar geranios en el balcón. Fue mi alegría cuando todo lo demás era gris.

Pero la familia nunca olvida ni perdona fácilmente. Mi hermana Pilar me llamó indignada cuando se enteró de mi decisión:

—¿Vas a dejarle la casa solo a Lucía? ¿Y tus otros nietos?
—Pilar, los otros apenas me visitan. Lucía ha estado aquí siempre.
—Eso traerá problemas, Carmen. Ya verás.

Quizá tenga razón. Pero ¿qué sentido tiene repartir lo poco que tengo entre quienes solo aparecen en Navidad? ¿No merece más quien ha dado más amor?

El notario carraspea y me devuelve al presente:

—¿Está segura de su decisión, doña Carmen?
—Más segura que nunca.

Lucía me aprieta la mano bajo la mesa. Siento su calor joven y pienso en todo lo que ha sacrificado: sus tardes cuidándome cuando la artrosis me dejó sin fuerzas, sus veranos sin vacaciones porque no había dinero para más que helados en el parque.

Antonio apareció hace unas semanas, oliendo a tabaco y derrota.

—Mamá, ¿de verdad vas a dejarme sin nada?
—Antonio, tú elegiste tu camino hace mucho tiempo.
—¡Pero soy tu hijo! ¡Esa casa debería ser mía!
—¿Y qué has hecho por este hogar? ¿Cuándo fue la última vez que te preocupaste por algo más que por ti mismo?

Se marchó dando un portazo, igual que hacía Marta. Pero esta vez no lloré. Me sentí ligera, como si por fin pudiera respirar después de años de asfixia.

A veces me despierto por la noche y pienso en lo que diría mi difunto marido, Manuel. Él siempre decía que la familia es lo primero, pero también creía en la justicia del corazón. Si pudiera verme ahora, creo que estaría orgulloso.

Hoy firmo el testamento con mano firme. La casa será para Lucía. No sé qué pasará cuando yo falte: si habrá reproches o juicios, si mis otros nietos vendrán a reclamar lo que creen suyo por derecho de sangre. Pero yo sé quién ha estado aquí cuando más lo necesitaba.

Lucía me abraza fuerte al salir del despacho del notario.

—Gracias, abuela. Prometo cuidar esta casa como tú la cuidaste.

Le sonrío y siento una paz nueva. Quizá no he sido la madre perfecta ni la abuela ideal para todos, pero sí he sabido reconocer el amor verdadero cuando lo he tenido delante.

¿Es egoísta querer dejar mi legado solo a quien ha estado conmigo? ¿O es justo premiar la lealtad y el cariño por encima de los lazos de sangre? ¿Vosotros qué haríais en mi lugar?