Cuando la Amistad se Rompe por el Dinero: Mi Historia con Lucía
—¿De verdad te has comprado ese coche, Marta? —La voz de Lucía, mi mejor amiga desde el instituto, sonó más aguda de lo habitual, casi como si cada palabra fuera una acusación.
Me quedé helada, las llaves del nuevo Seat León aún en la mano. Había sido una decisión difícil, un pequeño lujo tras meses de lágrimas y noches en vela después del divorcio con Sergio. Pero Lucía no sonreía. Me miraba con una mezcla de incredulidad y… ¿desprecio?
—Sí, Lucía. Me hacía falta para ir al trabajo. El viejo ya no daba más de sí —intenté sonar casual, pero sentí cómo se me encogía el estómago.
Ella soltó una risa seca.
—Vaya, parece que el divorcio te ha sentado bien. ¿Te ha tocado la lotería o qué? —dijo, cruzándose de brazos.
No supe qué responder. En ese instante, la acera de nuestro barrio en Vallecas se volvió un escenario incómodo, con los vecinos asomando la cabeza tras las cortinas. Sentí que todo el mundo escuchaba.
—No es eso, Lucía. Solo he intentado rehacer mi vida —susurré, deseando que cambiara de tema.
Pero no lo hizo. Desde aquel día, algo se rompió entre nosotras. Empezó a evitarme, a no responder a mis mensajes. Cuando coincidíamos en el supermercado o en la panadería de la esquina, apenas me saludaba. Yo me preguntaba si había hecho algo mal, si mi felicidad —tan frágil y reciente— era una ofensa para ella.
Las semanas pasaron y el silencio se volvió insoportable. Un sábado por la tarde, decidí enfrentarla. Fui a su casa, llamé al timbre y esperé. Me abrió su madre, doña Carmen, que siempre me había tratado como a una hija más.
—Lucía está en su cuarto —me dijo con una sonrisa triste—. Está un poco rara últimamente.
Subí las escaleras con el corazón en un puño. Toqué la puerta y entré sin esperar respuesta. Lucía estaba sentada en la cama, mirando el móvil.
—¿Qué quieres? —preguntó sin mirarme.
—Hablar contigo. No entiendo qué ha pasado entre nosotras —dije, sintiendo cómo se me quebraba la voz.
Ella dejó el móvil y me miró por fin. Sus ojos estaban rojos.
—¿De verdad no lo entiendes? —susurró—. Toda la vida hemos estado juntas en esto, Marta. Y ahora parece que tú… que tú has salido ganando. Yo sigo aquí, atrapada en este barrio, con un trabajo de mierda y sin poder permitirme ni unas vacaciones decentes. Y tú… tú te compras un coche nuevo y sales a cenar cada fin de semana.
Me quedé sin palabras. Nunca imaginé que Lucía pudiera sentir eso por mí.
—Lucía… No ha sido fácil para mí. El divorcio me destrozó. Lo del coche es solo una necesidad, no un capricho. Y salir a cenar es mi manera de no volverme loca sola en casa —intenté explicarle, pero ella negó con la cabeza.
—No lo entiendes —repitió—. Siempre has tenido suerte. Hasta cuando las cosas te van mal, acabas saliendo adelante. Yo… yo estoy cansada de ser la amiga pobre.
Sus palabras me dolieron más que cualquier insulto. Me senté a su lado y le cogí la mano.
—No quiero que pienses así. Eres mi amiga, Lucía. Lo eres todo para mí. Si necesitas ayuda…
Ella apartó la mano bruscamente.
—No quiero tu caridad —dijo con rabia—. Solo quiero que entiendas cómo me siento.
Nos quedamos en silencio largo rato. Afuera llovía y el sonido de las gotas contra la ventana era lo único que rompía la tensión.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —pregunté al fin—. Podríamos haberlo hablado…
Lucía se encogió de hombros.
—Porque me daba vergüenza. Porque siempre he sido la fuerte, la que te animaba cuando Sergio te hacía daño… Y ahora soy yo la que necesita ayuda y no sé cómo pedirla.
La abracé sin decir nada más. Sentí su cuerpo temblar entre mis brazos y supe que nuestra amistad no volvería a ser igual, pero quizá podría sobrevivir a esta herida si ambas poníamos de nuestra parte.
Esa noche volví a casa pensando en todo lo que había pasado. ¿Cuántas veces nos callamos lo que sentimos por miedo a perder a quienes queremos? ¿Cuántas amistades se rompen por orgullo o por no saber pedir ayuda?
A veces me pregunto si el dinero realmente cambia a las personas o si solo saca a la luz lo que siempre estuvo ahí, escondido bajo capas de cariño y costumbre.
¿Vosotros qué pensáis? ¿La envidia puede destruir una amistad verdadera o es solo una prueba más que hay que superar juntos?