La Propuesta Inesperada: El Futuro de Nuestra Hija Entre Dos Mundos

—¿De verdad crees que puedes venir ahora y decidir sobre la vida de Marta? —le espeté a Álvaro, con la voz temblorosa, mientras él se mantenía en pie en el umbral de mi piso en Vallecas, con esa mirada suya que nunca supe descifrar del todo.

No era la primera vez que discutíamos, pero sí la primera en años. Desde que firmamos el divorcio en aquel despacho frío del centro de Madrid, apenas habíamos cruzado más que mensajes secos sobre horarios y recogidas. Álvaro había sido mi primer amor, mi compañero desde los diecisiete, el padre de mi hija. Y también el hombre que me rompió el corazón cuando descubrí sus mentiras, sus noches fuera y, finalmente, su otra vida con otra mujer.

Durante años me aferré a Marta como a un salvavidas. Ella era mi razón para levantarme cada mañana, para soportar los turnos dobles en la farmacia y las miradas compasivas de los vecinos. Mi madre, Carmen, siempre me decía: “Hija, la vida sigue”, pero yo sentía que la mía se había quedado estancada en aquel día en que Álvaro se fue con una maleta y sin mirar atrás.

Pero ahora estaba aquí, con su barba perfectamente recortada y ese aire de seguridad que siempre le caracterizó. Marta tenía ya doce años y empezaba a hacerme preguntas incómodas sobre su padre, sobre nuestra familia rota. Yo intentaba protegerla, pero sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarme a la verdad.

—Lucía —dijo Álvaro, bajando la voz—. No he venido a discutir. He venido porque tengo una propuesta para Marta… para su futuro.

Me reí, amarga. —¿Ahora te preocupas por su futuro? ¿Después de años desaparecido?

Él suspiró y sacó un sobre del bolsillo de su abrigo. Lo dejó sobre la mesa del salón, junto a los deberes de Marta y una taza de Cola Cao medio vacía.

—Me han ofrecido un puesto en Barcelona. Es una oportunidad única… y quiero llevarme a Marta conmigo. Hay un colegio internacional increíble, becas deportivas… Podría darle todo lo que aquí no tiene.

Sentí cómo se me helaba la sangre. —¿Llevarte a Marta? ¿Así, sin más? ¿Arrancarla de su vida, de su abuela, de sus amigas? ¿Y yo qué? ¿Te has parado a pensar en lo que eso significa para ella… para mí?

Álvaro me miró con una mezcla de culpa y determinación. —Sé que no tengo derecho a pedirte esto. Pero también sé que aquí no tiene las mismas oportunidades. Yo puedo ofrecerle algo diferente…

—¿Y qué pasa con tu otra familia? —le solté, incapaz de contener el veneno—. ¿O ya te has cansado también de ellos?

Vi cómo le dolían mis palabras, pero no me importó. Durante años había tragado mi orgullo por Marta; ahora no iba a dejar que me arrebataran lo único bueno que me quedaba.

Esa noche no dormí. Escuché la respiración tranquila de Marta desde su habitación y pensé en todas las veces que me había preguntado por qué papá no venía a los festivales del colegio o por qué solo le llamaba en Navidad. Pensé en mi madre, en cómo se le ilumina la cara cada vez que ve a su nieta. Pensé en mí misma, en mis sueños rotos y en el miedo constante a perder lo poco que he conseguido reconstruir.

Al día siguiente, llevé a Marta al Retiro. Nos sentamos junto al lago y le pregunté:

—Cariño, ¿te gustaría vivir con papá en Barcelona?

Ella me miró sorprendida. —¿Por qué? ¿Tú vendrías?

Tragué saliva. —No lo sé… Papá quiere darte una oportunidad allí. Un colegio nuevo…

Marta bajó la cabeza. —Yo solo quiero estar contigo y con la abuela.

Me abrazó fuerte y sentí cómo se me partía el alma. ¿Qué derecho tenía yo a decidir por ella? ¿Y si realmente estaba privándola de un futuro mejor por mi propio miedo?

Esa tarde discutí con mi madre. Carmen estaba furiosa.

—¡Ese hombre no tiene vergüenza! Después de todo lo que te hizo… ¿Ahora quiere llevarse a tu hija? ¡Ni hablar!

—Mamá, no es tan sencillo…

—¡Sí lo es! Tú eres su madre. Nadie va a quererla como tú.

Pero las dudas me carcomían por dentro. ¿Y si Álvaro tenía razón? ¿Y si aquí estábamos condenando a Marta a una vida mediocre solo por orgullo?

Pasaron los días entre silencios incómodos y miradas furtivas. Álvaro insistía con llamadas y mensajes: “Piénsalo bien, Lucía. Es su futuro”. Yo sentía que cada palabra era una puñalada.

Una tarde, mientras Marta hacía los deberes, me acerqué y le acaricié el pelo.

—¿Tú eres feliz aquí conmigo?

Ella asintió sin dudarlo. —Mucho.

Me sonrió y sentí una paz momentánea. Pero esa noche soñé con trenes que partían sin mí, con Marta alejándose entre la multitud mientras yo gritaba su nombre.

Finalmente, cité a Álvaro en una cafetería del barrio. Él llegó puntual, como siempre.

—He tomado una decisión —le dije sin preámbulos—. Marta se queda conmigo. No voy a permitir que la arranques de su vida ni de su familia.

Álvaro apretó los labios y asintió lentamente.

—Lo entiendo… Pero prométeme que no vas a cerrarle puertas por tu dolor conmigo.

Le miré fijamente.

—Te lo prometo… Pero también prométeme tú que vas a estar presente esta vez. Que vas a ser un padre de verdad.

Nos quedamos en silencio largo rato. Afuera llovía y la ciudad parecía detenerse unos segundos.

Hoy sigo preguntándome si tomé la decisión correcta. ¿Hasta dónde llega el amor de una madre? ¿Cuánto pesa el pasado cuando se trata del futuro de nuestros hijos?

¿Vosotros qué haríais si estuvierais en mi lugar? ¿Se puede perdonar todo por el bien de un hijo?