Por qué intenté convencer a mi hija de no dejar a su marido rico: secretos de una familia perfecta

—Mamá, no puedo más. Me voy a separar de Álvaro —me soltó Lucía una tarde de noviembre, mientras la lluvia golpeaba los cristales del salón. Su voz temblaba, pero sus ojos brillaban con una determinación que no le conocía.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. ¿Separarse? ¿Después de todo lo que habíamos luchado para que ella tuviera una vida mejor? Miré alrededor: el piso en Chamberí, los muebles de diseño, las fotos de sus viajes a Bali y Nueva York. Todo eso iba a desaparecer. ¿Y por qué? ¿Por un capricho?

—¿Pero qué dices, hija? —intenté mantener la calma—. ¿Te ha hecho algo Álvaro? ¿Te falta algo?

Lucía se encogió de hombros y bajó la mirada.

—No es eso, mamá. No me falta nada… materialmente. Pero me siento sola. No me escucha, no me mira. Solo le importa su trabajo, sus reuniones, sus amigos del club de golf. Yo… yo no existo.

Me quedé callada. Recordé mi propia juventud en un barrio obrero de Vallecas, donde mi mayor preocupación era llegar a fin de mes y que tu padre no perdiera el empleo en la fábrica. Siempre soñé con otra vida para ti, Lucía. Por eso celebré tu boda con Álvaro como si fuera la mía propia.

—Lucía, cariño —le dije al fin—, la vida no es perfecta. Nadie lo tiene todo. Álvaro te da seguridad, estabilidad… ¿De verdad quieres renunciar a eso?

Ella me miró con una mezcla de tristeza y rabia.

—¿Y mi felicidad, mamá? ¿Eso no cuenta?

No supe qué responderle. En mi generación, la felicidad era un lujo. Lo importante era sobrevivir, mantener la familia unida. Pero ahora… ahora todo parecía diferente.

Esa noche apenas dormí. Me debatía entre el miedo y la culpa. ¿Había sido yo quien empujó a Lucía a esa jaula dorada? ¿Había confundido el bienestar con el amor?

Al día siguiente, fui a ver a mi hermana Carmen. Siempre ha sido más moderna que yo, menos preocupada por el qué dirán.

—¿Y si Lucía se equivoca? —le pregunté—. ¿Y si después se arrepiente?

Carmen me miró seria.

—¿Y si no? ¿Y si lo mejor que puede hacer es empezar de cero? El dinero no lo es todo, Ana.

Pero yo seguía pensando en las facturas, en los colegios privados de mis nietos, en las vacaciones en Marbella…

Pasaron los días y Lucía cada vez estaba más decidida. Álvaro parecía no darse cuenta o no querer verlo. Una noche cenamos todos juntos y él apenas le dirigió la palabra. Solo hablaba de negocios y del nuevo coche que quería comprarse.

Después de cenar, Lucía se encerró en el baño y lloró en silencio. Yo la escuchaba desde el pasillo, con el corazón encogido.

—Mamá —me dijo al salir—, ¿tú alguna vez fuiste feliz con papá?

La pregunta me desarmó. Recordé las noches en las que tu padre llegaba cansado y apenas hablábamos. Recordé los domingos en familia, las risas sencillas… pero también los silencios largos y pesados.

—No lo sé —le respondí sinceramente—. Creo que sí… a ratos.

Lucía asintió y se marchó a su habitación.

Unos días después, Álvaro me llamó aparte.

—Ana, ¿qué le pasa a Lucía? La noto rara últimamente.

Le miré a los ojos y vi a un hombre perdido en su propio mundo.

—Quizá deberías preguntárselo tú —le dije—. Escucharla de verdad.

Él suspiró y se encogió de hombros.

—Las mujeres sois tan complicadas…

Sentí rabia e impotencia. ¿Cómo podía ser tan ciego?

La tensión fue creciendo hasta que una tarde Lucía hizo las maletas delante de todos.

—Me voy, Álvaro. No puedo seguir así —dijo con voz firme pero temblorosa.

Él no supo qué decir. Solo la miró como si no entendiera nada.

Yo intenté detenerla.

—Lucía, piénsalo bien… No hay vuelta atrás.

Ella me abrazó fuerte.

—Mamá, necesito vivir mi vida. No quiero acabar como tú: resignada.

Sus palabras me dolieron más que cualquier bofetada. Pero también sentí orgullo por su valentía.

Ahora la casa está más vacía. Los nietos pasan menos tiempo aquí. Álvaro intenta rehacer su vida y yo… yo sigo preguntándome si hice bien o mal al intentar retenerla junto a él.

A veces miro las fotos antiguas y me pregunto: ¿De verdad el dinero puede comprar la felicidad? ¿O solo nos ayuda a soportar mejor la soledad?