Bodas y cicatrices: La historia de Lucía y el mar

—¿De verdad quieres hacerlo así, Lucía? —La voz de mi madre temblaba mientras ajustaba el velo sobre mi cabello. Sus manos, siempre firmes, ahora dudaban. Yo la miré a través del espejo, con el mar de Cádiz brillando detrás de nosotras, y asentí.

—Mamá, es mi boda. Y esta soy yo ahora —respondí, acariciando el reposabrazos de mi silla de ruedas, decorada con buganvillas y jazmines frescos.

El murmullo de las olas era casi tan fuerte como el murmullo de los invitados. Sentía sus miradas: algunas llenas de compasión, otras de incomodidad. Desde el accidente, dos años atrás, me había convertido en la protagonista involuntaria de todas las conversaciones familiares. «Pobre Lucía», decían. «Con lo que le gustaba bailar…»

Pero hoy no era un día para la lástima. Hoy iba a casarme con Álvaro, el hombre que había visto mis cicatrices —las visibles y las invisibles— y había decidido quedarse.

Mi padre apareció en la puerta del hotel, con los ojos enrojecidos. Se acercó, se agachó a mi altura y susurró:

—Perdóname por todo lo que no supe decirte estos años.

No supe qué responderle. Recordé las discusiones en casa tras el accidente: él negándose a aceptar que yo pudiera volver a estudiar, a salir sola, a tener una vida «normal». Mi madre llorando en la cocina. Mi hermano Sergio evitando mirarme a los ojos. Y yo, encerrada en mi habitación, odiando mi cuerpo y odiando aún más su compasión.

—Papá, hoy solo quiero que estés conmigo —le dije al fin.

Me llevó hasta la pasarela de madera que cruzaba la arena. Los invitados se pusieron en pie. Sentí un nudo en la garganta cuando vi a Álvaro al final del pasillo, con su traje azul marino y esa sonrisa torpe que me enamoró en la universidad.

—Estás preciosa —me dijo cuando llegué a su lado.

—No digas tonterías —le respondí, intentando bromear para no llorar.

El cura empezó a hablar, pero yo apenas escuchaba. Miraba las caras: mis amigas del instituto, algunas con lágrimas; mis tíos cuchicheando; Sergio grabando todo con el móvil. Y detrás, el mar, testigo mudo de mis miedos y mis sueños rotos.

Cuando llegó el momento de los votos, Álvaro tomó mi mano y habló:

—Lucía, te prometo que no voy a intentar salvarte ni protegerte de todo. Solo quiero caminar —o rodar— a tu lado. Porque eres tú quien me ha enseñado lo que significa levantarse cada día y seguir adelante.

Sentí que el aire se volvía más ligero. Por primera vez en mucho tiempo, no sentí vergüenza ni rabia. Solo gratitud.

Después de la ceremonia, mientras todos brindaban y bailaban alrededor de nosotros, mi madre se acercó con una copa de cava.

—No sé si algún día podré dejar de preocuparme por ti —me confesó—. Pero hoy te he visto feliz. Y eso me basta.

Le sonreí. Sabía que el camino no iba a ser fácil: los edificios sin rampas, los comentarios incómodos en la calle, las miradas furtivas cuando salía sola. Pero también sabía que no estaba sola.

Más tarde, mientras el sol se hundía en el Atlántico y los niños jugaban descalzos en la orilla, Sergio se sentó a mi lado.

—¿Te acuerdas cuando decías que nunca ibas a volver a reírte? —me preguntó.

—Sí —respondí—. Y mira ahora.

Nos quedamos en silencio un rato. Pensé en todo lo que había perdido: la danza, la independencia absoluta, la confianza ciega en mi cuerpo. Pero también pensé en lo que había ganado: una nueva forma de mirar el mundo, una familia que aprendía a reconstruirse conmigo, un amor que no necesitaba piernas para avanzar.

Esa noche, mientras Álvaro y yo contemplábamos las estrellas desde nuestra habitación del hotelito blanco frente al mar, le pregunté:

—¿De verdad crees que podremos con todo?

Él me besó la frente y me respondió:

—No lo sé. Pero contigo quiero intentarlo todo.

A veces me pregunto si algún día dejaré de sentirme diferente o si siempre seré «la chica del accidente» para algunos. Pero hoy he aprendido que mis cicatrices también pueden ser hermosas.

¿Y vosotros? ¿Creéis que una vida marcada por la diferencia puede ser igual de plena? ¿O siempre habrá quien solo vea la silla antes que a la persona?