Entre el amor y el silencio: La historia de una suegra española tras el divorcio de su hijo

—¿Por qué no me contestas los mensajes, Lucía? —mi voz temblaba mientras miraba la pantalla del móvil, viendo por enésima vez el doble check azul sin respuesta.

Era jueves por la tarde y la casa estaba en silencio, solo interrumpido por el tic-tac del reloj del pasillo. Desde que mi hijo Sergio y Lucía se separaron, la vida se me había vuelto del revés. No era solo la ausencia de mi nieto, Pablo, los fines de semana; era ese vacío, esa sensación de haber perdido a una hija que yo misma había elegido.

Recuerdo perfectamente el primer día que Lucía vino a casa. Era primavera y la luz entraba a raudales por las ventanas del salón. Sergio la presentó con una sonrisa nerviosa:

—Mamá, ella es Lucía.

Lucía tenía un brillo especial en los ojos y una forma de hablar que te envolvía. No era como esas chicas que fingen o buscan caer bien a toda costa. Era auténtica. Al principio fui cauta, como cualquier madre española que teme que su hijo se equivoque. Pero poco a poco, Lucía se fue ganando mi confianza. Compartíamos recetas, tardes de café y confidencias sobre la vida. Incluso cuando nació Pablo, sentí que nuestra relación se fortaleció aún más.

Pero todo cambió hace un año. Sergio llegó una noche con la cara desencajada y los ojos rojos.

—Mamá, Lucía y yo vamos a separarnos.

No supe qué decir. Me dolía por él, claro, pero también por ella… y por mí. ¿Qué iba a pasar con esa complicidad que habíamos construido?

Al principio intenté mantenerme al margen, no tomar partido. Pero en los pueblos pequeños como el nuestro, todo se sabe y todo se comenta. Mi hermana Carmen me llamaba cada dos días:

—¿Y qué? ¿Sigues hablando con la ex de Sergio? No te conviene, Mercedes. Ahora tienes que estar con tu hijo.

Pero yo no podía evitarlo. Lucía me necesitaba tanto como yo a ella. O eso creía.

Un día, después de varias semanas sin vernos, decidí llamarla.

—Lucía, ¿te apetece venir a tomar un café? Hace mucho que no hablamos…

Su respuesta fue fría, casi mecánica:

—Mercedes, creo que lo mejor es que cada uno siga su camino. No quiero hacerle daño a Sergio ni confundirte a ti.

Me quedé helada. ¿Cómo podía convertirme en una extraña para alguien a quien había querido tanto?

Desde entonces, todo fue cuesta abajo. En las fiestas del pueblo evitaba cruzarse conmigo; si nos veíamos en el supermercado, apenas un saludo forzado. Pablo venía menos a casa porque Sergio tenía horarios imposibles en el trabajo y Lucía prefería no complicar las cosas.

Una tarde de domingo, mientras preparaba croquetas —las favoritas de Pablo—, mi nieto me miró con sus grandes ojos marrones:

—Abuela, ¿por qué mamá ya no viene contigo al parque?

No supe qué responderle. ¿Cómo explicarle a un niño de seis años que los adultos a veces nos perdemos en nuestros propios miedos y orgullos?

La soledad empezó a pesarme como una losa. Mis amigas del centro de mayores me decían:

—Mercedes, tienes que rehacer tu vida, salir más…

Pero yo solo pensaba en Lucía y en todo lo que habíamos compartido: las tardes de risas cocinando tortilla de patatas, las confidencias sobre sus sueños y miedos, las lágrimas cuando discutía con Sergio…

Un día decidí escribirle una carta. No un mensaje frío de WhatsApp, sino una carta de las de antes:

«Querida Lucía,

No sé si algún día leerás estas palabras. Solo quiero que sepas que siempre serás parte de mi familia, aunque la vida nos haya separado. Te echo de menos más de lo que imaginas. Si algún día necesitas hablar o simplemente recordar los buenos momentos, aquí estaré.

Con cariño,
Mercedes»

Nunca supe si la recibió o si la leyó. Pero escribirla me ayudó a soltar un poco el dolor.

Con el tiempo he aprendido a aceptar que las relaciones cambian y que no siempre podemos controlar lo que sentimos o lo que sienten los demás. Pero aún hoy, cuando paso por delante del colegio donde Lucía lleva a Pablo cada mañana, me pregunto si algún día podremos volver a mirarnos sin ese muro invisible entre nosotras.

A veces me pregunto: ¿Por qué es tan difícil mantener el cariño cuando las circunstancias cambian? ¿De verdad debemos dejar atrás a quienes amamos solo porque ya no forman parte oficial de nuestra familia?

¿Vosotros qué haríais en mi lugar?