«Mamá, Estoy Demasiado Ocupada para Esto»: Solo Quería la Riqueza de su Madre
Carmen se sentó en su silencioso salón, el tic-tac del reloj resonando en el silencio. Miró el teléfono, esperando una llamada que sabía que nunca llegaría. Su hija, Sara, siempre había sido ambiciosa, pero Carmen nunca imaginó que esa ambición abriría una brecha tan grande entre ellas.
Años atrás, cuando Sara era solo una niña, Carmen soñaba con una familia unida. Trabajó incansablemente para proveer a Sara, asegurándose de que tuviera todas las oportunidades para triunfar. Como madre soltera, Carmen puso todo su corazón y alma en criar a su hija, con la esperanza de inculcarle valores de amor y gratitud.
Pero a medida que Sara crecía, su enfoque cambió. Se obsesionó con la idea del éxito y la riqueza. Carmen notó el cambio pero lo desestimó como una fase. Creía que en el fondo, Sara aún valoraba su vínculo.
Cuando la salud de Carmen comenzó a deteriorarse, buscó el apoyo de Sara. «Mamá, estoy demasiado ocupada para esto», decía Sara, con una voz carente de empatía. Cada llamada terminaba con Carmen sintiéndose más aislada y con el corazón roto.
El punto de inflexión llegó cuando Carmen decidió distribuir su patrimonio. Esperaba que al compartir su riqueza con Sara, podría reavivar su relación. Pero una vez que se resolvieron los trámites legales y Sara recibió su parte, desapareció por completo de la vida de Carmen.
Carmen intentó contactar con ella, dejando mensajes y enviando cartas, pero no obtuvo respuesta. La realización de que su hija solo la valoraba por su dinero fue un trago amargo de aceptar. Carmen se encontró recordando el pasado, aferrándose a los recuerdos de tiempos más felices.
A medida que pasaban los años, la salud de Carmen continuó deteriorándose. A menudo se preguntaba si Sara volvería alguna vez—no por el dinero, sino por el amor que una vez compartieron. Pero cada día terminaba con el mismo silencio que se había convertido en su compañero constante.
Una tarde, mientras Carmen estaba sentada junto a la ventana viendo el atardecer, recibió una llamada inesperada. Su corazón saltó de esperanza al contestar, solo para encontrarse con la voz de un desconocido. Era un abogado informándole de la decisión de Sara de vender la casa familiar—una ruptura final de lazos.
Carmen colgó el teléfono, con lágrimas corriendo por su rostro. Se dio cuenta de que la hija que una vez conoció se había ido, reemplazada por alguien impulsado únicamente por la avaricia. El dolor de perder a Sara era profundo, pero Carmen encontró consuelo sabiendo que había hecho todo lo posible.
Al final, Carmen aceptó que algunas relaciones no pueden ser reparadas. Se centró en encontrar paz dentro de sí misma, atesorando los recuerdos de un tiempo en el que el amor era suficiente.