Entre Dos Padres: El Día Que Cambió Mi Vida

—¿Y si al final no viene ninguno? —me pregunté en voz baja, mientras me miraba en el espejo del baño, con el vestido de novia aún colgado en la puerta. Mi madre, Carmen, golpeó suavemente la puerta.

—Lucía, cariño, ¿estás bien? —su voz temblaba, como si supiera que estaba a punto de romperme.

No respondí. ¿Cómo podía estar bien? Era el día de mi boda y tenía que decidir quién me acompañaría hasta el altar: mi padre biológico, Antonio, que había vuelto a aparecer en mi vida hacía apenas dos años, o mi padrastro, Miguel, el hombre que me había enseñado a montar en bici, que me consoló cuando suspendí Selectividad y que me llevó a urgencias cuando me rompí la pierna jugando al baloncesto.

La familia ya estaba dividida. Mi abuela materna no quería ni oír hablar de Antonio. «Ese hombre no tiene derecho», repetía cada vez que salía el tema. Mi madre intentaba mantenerse neutral, pero sus ojos se llenaban de lágrimas cada vez que veía a Miguel sentado solo en la terraza, mirando las fotos antiguas.

La noche anterior, Antonio vino a verme. Llevaba un ramo de flores y una sonrisa nerviosa.

—Lucía, sé que no he sido el mejor padre. Sé que llego tarde a todo esto… pero eres mi hija. Me gustaría llevarte al altar, si tú quieres.

Me quedé callada. ¿Cómo podía decirle que durante años soñé con que viniera a mis cumpleaños, con que me recogiera del colegio? ¿Cómo podía explicarle que Miguel había llenado ese vacío con paciencia y cariño?

—No sé qué hacer —le confesé al fin.

Antonio bajó la cabeza. —Lo que decidas estará bien. Solo quiero verte feliz.

Esa noche no dormí. Repasé cada momento de mi infancia: los domingos en el Retiro con Miguel y mamá, las cartas sin respuesta que le escribí a Antonio cuando tenía diez años, las discusiones en casa cuando mamá empezó a salir con Miguel y yo me negaba a aceptarlo… Hasta que una tarde, después de una pelea monumental, Miguel se sentó a mi lado en la escalera y me dijo:

—No quiero sustituir a tu padre. Solo quiero estar aquí para ti.

Y lo estuvo. Siempre.

La mañana de la boda llegó con un cielo gris y una humedad pegajosa típica de Madrid en septiembre. El salón estaba decorado con flores blancas y velas; los invitados cuchicheaban sobre mi dilema como si fuera un episodio de una telenovela.

Mi prima Marta entró corriendo al vestidor.

—Lucía, están los dos en la puerta. Mamá dice que tienes que decidir ya.

Sentí un nudo en el estómago. Salí al pasillo y vi a Antonio y Miguel uno junto al otro. Antonio llevaba un traje azul marino impecable; Miguel, su viejo traje gris con la corbata torcida. Los dos me miraron con una mezcla de orgullo y miedo.

—¿Lista? —preguntó Miguel, intentando sonreír.

—Sí… pero no sé cómo hacerlo —susurré.

Antonio se acercó y puso una mano en mi hombro.

—Lucía, hija, si quieres que sea Miguel quien te acompañe, lo entenderé. Él ha estado contigo siempre.

Miguel negó con la cabeza.

—No digas tonterías, Antonio. Eres su padre. Yo solo he tenido la suerte de estar cerca.

Me eché a llorar. Los abracé a los dos. Sentí el calor de sus manos, la fuerza de sus brazos. Por primera vez entendí que no tenía por qué elegir: los dos eran parte de mí.

—¿Y si vais los dos conmigo? —pregunté entre sollozos.

Se miraron sorprendidos. Antonio asintió primero; Miguel le siguió. Caminamos juntos hacia el altar: yo en medio, cogida del brazo de ambos. Los invitados se pusieron en pie; algunos lloraban abiertamente.

Durante la ceremonia, sentí una paz nueva. No importaba el pasado ni las heridas; importaba ese momento y las personas que me querían. Al final del día, bailé con ambos: primero con Antonio, después con Miguel. Cada uno me susurró palabras distintas al oído; cada uno dejó una huella imborrable en mi corazón.

Ahora, mientras escribo esto desde nuestro pequeño piso en Lavapiés, pienso en todo lo que aprendí aquel día sobre el perdón y la familia. ¿Cuántas veces nos obligamos a elegir cuando podríamos abrazar todas nuestras historias? ¿Y vosotros? ¿Qué haríais si tuvierais que decidir entre el pasado y el presente?