El Grito de Mia: Cuando la Voz de una Hija Salva a su Madre
—¡No, mamá! ¡No le des el dinero! —El grito de Mia retumbó en el pequeño comedor del departamento que apenas podíamos pagar. Yo tenía el celular en la mano, lista para hacer la transferencia. El sudor me corría por la frente y sentía el corazón en la garganta. ¿Por qué ahora? ¿Por qué este berrinche justo cuando estaba a punto de asegurar nuestro futuro?
Todo comenzó hace seis meses, cuando Julián, mi esposo, decidió que la vida con nosotras ya no era suficiente. Se fue con una mujer más joven, dejando atrás promesas rotas y una hija que preguntaba cada noche si papá volvería. Desde entonces, cada peso que ganaba como secretaria en una notaría lo guardaba con obsesión. Mi meta era clara: comprar un departamento pequeño para Mia y para mí, lejos de la sombra de Julián y sus mentiras.
La búsqueda fue un infierno. Los precios en la Ciudad de México estaban por las nubes y los anuncios parecían burlarse de mi presupuesto. Recorrí colonias como Iztacalco, Portales y hasta Ecatepec, pero todo era o demasiado caro o demasiado peligroso. Una noche, cansada y desesperada, publiqué un anuncio en Facebook: “Madre soltera busca departamento económico para vivir con su hija”.
A los dos días, recibí un mensaje de una tal Karina López. Su foto de perfil mostraba a una mujer sonriente, con cabello rizado y lentes grandes. Me ofrecía un departamento en la colonia Narvarte, a un precio increíblemente bajo. “Es de mi tía que se fue a vivir a Monterrey”, me explicó por WhatsApp. “Solo quiero alguien confiable que cuide el lugar”.
Nos citamos un sábado por la mañana. Mia iba tomada de mi mano, callada pero atenta. Karina nos recibió en la entrada del edificio, vestida con ropa deportiva y una sonrisa amable. El departamento era pequeño pero luminoso; las paredes recién pintadas y una ventana daba a un parque donde los niños jugaban fútbol.
—¿Te gusta, mi amor? —le pregunté a Mia mientras recorríamos el lugar.
Ella asintió sin mucho entusiasmo. Yo estaba tan emocionada que no vi las señales: la prisa de Karina por cerrar el trato, su insistencia en que otros ya estaban interesados, el contrato impreso con errores ortográficos.
—Solo necesito el depósito hoy para apartártelo —dijo Karina—. Son 80 mil pesos y ya no tienes que preocuparte por nada.
Esa noche no dormí. Conté el dinero una y otra vez, repasé el contrato y busqué el nombre de Karina en Google sin encontrar nada sospechoso. Al día siguiente, le dije a Mia que pronto tendríamos nuestro propio hogar.
Pero justo cuando estaba a punto de transferir el dinero, Mia explotó:
—¡No me gusta esa señora! ¡No me gusta ese lugar! ¡No quiero vivir ahí!
Me arrodillé frente a ella, tratando de calmarla.
—Mia, mi amor, sé que es difícil cambiar, pero necesitamos un lugar propio…
Ella me miró con lágrimas en los ojos.
—No es eso, mamá. Es que esa señora no es buena. Cuando fuimos al baño, escuché que le decía a alguien por teléfono: “Ya casi cae otra”.
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. ¿Había escuchado bien? ¿O era solo la imaginación de una niña asustada? Dudé unos segundos… pero algo en su mirada me hizo detenerme.
Le pedí a Karina más papeles del departamento. Me dijo que no los tenía a la mano, que confiara en ella. Insistí en ver las escrituras originales; se molestó y empezó a presionarme:
—Patricia, si no haces el depósito hoy, se lo daré a otra persona.
Mi instinto maternal se encendió como nunca antes. Llamé a una amiga abogada y le conté todo. Ella me pidió que no transfiriera ni un peso hasta revisar los documentos.
Esa misma tarde, busqué en grupos de Facebook y encontré un post donde varias personas denunciaban a Karina López por estafa inmobiliaria. Usaba siempre la misma historia: departamento barato, urgencia por vender, contratos falsos.
Me temblaban las manos mientras bloqueaba su número y abrazaba a Mia con fuerza.
—Gracias por salvarme, hija —le susurré entre sollozos—. Perdóname por no haberte escuchado antes.
Los días siguientes fueron difíciles. Me sentía humillada y tonta por haber estado tan cerca de perderlo todo. Pero también agradecida por tener a Mia, por su intuición y su valentía para hablar cuando yo solo quería creer en una solución fácil.
Mi familia me juzgó duramente cuando les conté lo ocurrido.
—¿Cómo pudiste ser tan ingenua? —me reclamó mi hermana Lucía—. ¡En esta ciudad nadie regala nada!
Mi mamá solo suspiró y me abrazó fuerte.
—Lo importante es que no perdiste el dinero ni la esperanza —me dijo—. Y tienes una hija que te cuida tanto como tú a ella.
Hoy sigo buscando un lugar para nosotras. No es fácil; los precios siguen subiendo y las estafas están por todos lados. Pero aprendí algo invaluable: escuchar a Mia es tan importante como escucharme a mí misma.
A veces me pregunto cuántas madres solteras como yo han caído en trampas así, desesperadas por darle un techo digno a sus hijos. ¿Cuántas veces ignoramos las señales porque queremos creer que esta vez sí será diferente?
¿Y ustedes? ¿Alguna vez han sentido ese presentimiento incómodo antes de tomar una decisión importante? ¿Han escuchado la voz de sus hijos cuando más lo necesitaban?