La Venganza de la Abuela Laura
«¡No puede ser! ¡Esto es inaceptable!» grité, mientras el joven dependiente del supermercado, Álvaro, me miraba con una mezcla de burla y desdén. Todo había comenzado con una simple confusión en la caja registradora. Yo, Laura, una abuela de 75 años, había pasado por el supermercado del barrio para comprar algunos ingredientes para la cena familiar de esa noche. Al llegar a la caja, me di cuenta de que me habían cobrado de más por un paquete de arroz. Cuando intenté explicárselo a Álvaro, él simplemente sonrió y dijo: «Señora, tal vez debería revisar mejor sus compras antes de venir a pagar».
Sentí cómo mi rostro se encendía de vergüenza y rabia. Las personas en la fila detrás de mí comenzaron a murmurar y a mirarme con impaciencia. Me sentí humillada, como si fuera una anciana torpe que no sabía lo que hacía. Salí del supermercado con las mejillas ardiendo y el corazón latiendo con fuerza. Mientras caminaba de regreso a casa, una idea comenzó a formarse en mi mente: tenía que enseñarle una lección a ese joven insolente.
Esa noche, mientras preparaba la cena, no podía dejar de pensar en lo sucedido. Mi hija, Carmen, notó mi distracción y me preguntó qué me pasaba. «Nada, hija», respondí con una sonrisa forzada. Pero por dentro, mi mente estaba trabajando en un plan. Decidí que al día siguiente volvería al supermercado para ejecutar mi venganza.
A la mañana siguiente, me levanté temprano y me dirigí al supermercado con determinación. Había pasado la noche pensando en cómo podría hacerle pasar un mal rato a Álvaro sin que él supiera que era yo quien estaba detrás de todo. Recordé que había visto cómo algunos clientes se quejaban de productos caducados o mal etiquetados. Así que decidí hacer lo mismo.
Entré al supermercado y comencé a revisar meticulosamente los estantes. Encontré un par de latas de tomate que estaban a punto de caducar y las coloqué estratégicamente en el carrito de compras. Luego me dirigí a la caja donde estaba Álvaro. «Disculpa», dije con voz temblorosa, «creo que estos productos están caducados».
Álvaro me miró con desdén y revisó las latas. «No señora, aún tienen unos días», respondió con indiferencia. Pero yo insistí, elevando un poco la voz para que los demás clientes pudieran escuchar: «Esto es inaceptable, deberían cuidar mejor lo que venden».
Algunos clientes comenzaron a prestar atención y Álvaro se puso visiblemente incómodo. Sentí una pequeña satisfacción al ver su rostro enrojecer mientras intentaba calmarme y resolver la situación. Sin embargo, justo cuando pensaba que mi plan estaba funcionando, algo inesperado ocurrió.
Una mujer mayor se acercó a mí y me tocó el hombro suavemente. «Disculpe», dijo con voz amable, «he visto cómo este joven ha tratado de ayudarla. Tal vez deberíamos ser más comprensivos». Me quedé sin palabras por un momento. La mujer continuó: «Todos cometemos errores, incluso los jóvenes».
Sus palabras resonaron en mi mente mientras salía del supermercado sin decir nada más. Caminé lentamente hacia casa, sintiéndome confundida y avergonzada por mi comportamiento. ¿Qué había ganado realmente con todo esto? ¿Había logrado algo más que incomodar a un joven que probablemente solo estaba haciendo su trabajo?
Esa noche, mientras me sentaba sola en mi sala de estar, reflexioné sobre lo sucedido. Recordé las palabras de la mujer en el supermercado y me di cuenta de que tal vez había sido demasiado dura con Álvaro. Después de todo, todos merecemos una segunda oportunidad.
Al día siguiente, decidí volver al supermercado, pero esta vez con una actitud diferente. Busqué a Álvaro y le pedí disculpas por mi comportamiento del día anterior. «No fue correcto de mi parte», le dije sinceramente.
Álvaro sonrió sorprendido y aceptó mis disculpas con amabilidad. «No se preocupe», respondió, «todos tenemos días malos».
Salí del supermercado sintiéndome más ligera y en paz conmigo misma. Aprendí que la venganza no siempre trae satisfacción y que a veces es mejor optar por el perdón y la comprensión.
Me pregunto ahora, ¿cuántas veces hemos actuado impulsivamente sin pensar en las consecuencias? ¿Cuántas oportunidades hemos perdido para ser amables en lugar de vengativos? Tal vez sea hora de reflexionar sobre nuestras acciones y elegir el camino del perdón.