Un Adiós en la Maternidad: La Decisión de Sierra

«¡No puedo hacerlo!» grité, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas. Mi madre, Carmen, me miraba con una mezcla de preocupación y tristeza. «Sierra, por favor, piénsalo bien», me suplicó, pero yo ya había tomado una decisión. Estaba sentada en la habitación del hospital, con mi recién nacido durmiendo plácidamente en la cuna junto a mí. Era un niño hermoso, con unos ojos que prometían iluminar el mundo. Pero yo no podía ser la madre que él necesitaba.

Desde que supe que estaba embarazada, mi mente había sido un torbellino de emociones. La alegría inicial pronto se vio eclipsada por una nube oscura de ansiedad y miedo. Había soñado con ser madre desde que era niña, pero ahora que la realidad estaba frente a mí, me sentía completamente abrumada. Mi pareja, Andrés, había desaparecido al enterarse de mi embarazo. «No estoy listo para esto», fue lo último que me dijo antes de irse.

La soledad se apoderó de mí. Mis noches eran largas y llenas de insomnio, mis días una lucha constante por mantenerme a flote. Mi madre intentaba ayudarme, pero yo me sentía atrapada en un pozo sin fondo. «Sierra, necesitas hablar con alguien», me decía constantemente, pero yo no quería admitir que algo estaba mal.

El día del parto llegó antes de lo esperado. El personal del hospital fue amable y comprensivo, pero yo estaba en otro mundo. Cuando finalmente sostuve a mi hijo en brazos, sentí una mezcla de amor y terror. ¿Cómo podría cuidar de él si apenas podía cuidar de mí misma?

Las horas pasaron y mi mente no dejaba de dar vueltas. Sabía que había familias que anhelaban tener un hijo y no podían. Familias que podrían darle a mi bebé el amor y la estabilidad que yo no podía ofrecerle en ese momento. La decisión se formó lentamente en mi corazón: dejaría a mi hijo en el hospital para que tuviera una oportunidad mejor.

Cuando se lo dije a mi madre, su reacción fue de incredulidad. «¡No puedes hacer eso! ¡Es tu hijo!» exclamó, pero yo ya había tomado una decisión. «Mamá, lo hago porque lo amo», le respondí con voz quebrada.

Esa noche, mientras mi bebé dormía, escribí una carta para él. «Querido hijo», comencé, «te amo más de lo que las palabras pueden expresar. Espero que algún día entiendas que esta decisión fue tomada desde el amor más profundo».

A la mañana siguiente, entregué la carta al personal del hospital y me despedí de mi hijo con un beso en la frente. «Te amo», susurré antes de salir de la habitación.

El camino hacia la salida del hospital fue el más largo de mi vida. Cada paso era un recordatorio del vacío que dejaba atrás. Mi madre me esperaba afuera, sus ojos llenos de lágrimas. «¿Estás segura?», me preguntó una vez más. Asentí con la cabeza, aunque mi corazón se rompía en mil pedazos.

Los días siguientes fueron un borrón de emociones. Me sentía como si estuviera viviendo en una pesadilla de la que no podía despertar. La culpa y el dolor eran mis constantes compañeros, pero también sabía que había hecho lo correcto para mi hijo.

Con el tiempo, busqué ayuda profesional. Me diagnosticaron depresión posparto y comencé un tratamiento que me ayudó a entender mis emociones y a sanar poco a poco. Mi madre estuvo a mi lado en cada paso del camino, dándome el apoyo que tanto necesitaba.

Hoy, miro hacia atrás y veo a una mujer rota que tomó una decisión imposible por amor. No sé si algún día podré perdonarme completamente, pero espero que mi hijo crezca sabiendo que fue amado desde el primer momento.

A veces me pregunto si algún día nos volveremos a encontrar. ¿Me reconocerá? ¿Entenderá por qué hice lo que hice? Solo el tiempo lo dirá.