Una Propuesta Inesperada en la Terminal de Retiro

—¿Te casarías conmigo? —me preguntó Julián, con la voz temblorosa y los ojos vidriosos, mientras el murmullo de la terminal de Retiro se mezclaba con el zumbido de mi propia confusión. No habían pasado ni doce horas desde que lo conocí en aquel bar de San Telmo, donde la cumbia sonaba fuerte y el fernet corría como agua entre desconocidos que buscaban olvidar sus penas por una noche.

Apreté mi mochila contra el pecho. El olor a café barato y empanadas frías me anclaba a la realidad. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Por qué un hombre que apenas sabía mi nombre me pedía algo tan grande?

La noche anterior había comenzado como cualquier otra: mi hermana menor, Camila, peleando con mamá por el dinero del alquiler; papá ausente, como siempre desde que se fue con su nueva familia en Córdoba. Yo, Luciana, la hija del medio, invisible y cansada de ser el pegamento entre los pedazos rotos de mi casa. Salí sin rumbo, buscando aire, buscando no pensar.

En el bar, Julián se me acercó con una sonrisa torcida y una historia triste: recién llegado de Rosario, sin trabajo, escapando de una relación tóxica. Nos reímos de nuestras desgracias y, entre tragos y confesiones, sentí por primera vez en mucho tiempo que alguien me veía. No como la hija responsable ni la hermana mediadora, sino como Luciana, la mujer que sueña con algo más.

—¿Y si nos vamos juntos? —me susurró cerca del oído cuando la música bajó—. ¿Y si dejamos todo atrás?

No supe decirle que no. Caminamos por las calles vacías hasta la terminal. El frío de la madrugada se colaba por mi campera fina, pero el calor de su mano me mantenía en pie. Compramos dos pasajes a Mendoza, sin pensarlo. Yo no tenía nada que perder; o eso creía.

Ahora, frente a los asientos duros y las miradas curiosas de los pasajeros, Julián se arrodillaba con una servilleta arrugada en la mano.

—Luciana, sé que es una locura —dijo—. Pero siento que contigo puedo empezar de nuevo. Casate conmigo.

Mi corazón latía tan fuerte que temí que todos lo escucharan. Pensé en mamá, en Camila, en el departamento oscuro donde siempre faltaba algo. Pensé en mí misma, en mis ganas de huir y en el miedo a repetir los errores de mis padres.

—No sé si esto es amor o solo soledad —le respondí, con lágrimas en los ojos—. No sé si te conozco lo suficiente para prometerte algo así.

Julián bajó la mirada. Por un momento, el bullicio se apagó y solo quedó el peso de nuestras decisiones precipitadas.

—No quiero volver —susurré—. Pero tampoco quiero mentirme.

Él se levantó despacio y guardó la servilleta en el bolsillo. Nos sentamos juntos en silencio mientras el colectivo arrancaba rumbo al oeste. El paisaje gris de Buenos Aires se desvanecía tras la ventana empañada.

Durante el viaje, hablamos poco. Julián intentó bromear sobre el vino mendocino y las montañas, pero yo solo podía pensar en lo que había dejado atrás. Mi celular vibraba sin parar: mensajes de Camila preguntando dónde estaba, audios de mamá llorando y rogando que volviera.

En San Luis, durante una parada técnica, Julián me miró serio:

—No quiero ser otro error en tu vida —dijo—. Si querés bajarte acá, lo entiendo.

Sentí una mezcla de alivio y tristeza. ¿Era eso lo que buscaba? ¿Un escape fácil? ¿O solo alguien que me salvara de mí misma?

—No sos un error —le respondí—. Pero tampoco sos mi salvación.

Nos abrazamos fuerte antes de despedirnos. Vi cómo se alejaba entre los puestos de chipá y revistas viejas. Yo tomé un colectivo de regreso a Buenos Aires, con el corazón hecho trizas pero la cabeza más clara.

Al llegar a casa, Camila me abrazó llorando. Mamá me miró con reproche y alivio al mismo tiempo. No dije nada; solo me senté en la mesa y lloré junto a ellas.

Esa noche entendí que no podía seguir huyendo de mis problemas ni buscar respuestas en brazos ajenos. Que debía aprender a quererme primero antes de prometerle algo a alguien más.

A veces me pregunto qué habría pasado si hubiera dicho que sí. ¿Sería feliz ahora? ¿O solo estaría repitiendo la historia rota de mis padres?

¿Ustedes qué harían si alguien les propusiera cambiar su vida en un instante? ¿Se animarían a saltar al vacío o preferirían enfrentar sus miedos primero?