Cuando Tres Fueron Demasiados: Nuestro Inesperado Adiós

«¡Alejandro, estoy embarazada!» exclamé con una mezcla de emoción y nerviosismo mientras él entraba por la puerta después de un largo día de trabajo. Su rostro, que esperaba ver iluminado por la alegría, se transformó en una máscara de incredulidad y preocupación. «¿Otra vez?» fue todo lo que pudo decir, y en ese instante supe que algo había cambiado entre nosotros.

Durante más de diez años, Alejandro y yo habíamos compartido una vida llena de altibajos, pero siempre juntos. Nos conocimos en la universidad en Bogotá, donde ambos estudiábamos ingeniería. Desde el primer momento, supe que él era el hombre con el que quería pasar el resto de mi vida. Nos casamos jóvenes y pronto llegaron nuestros dos hijos, Valentina y Mateo, quienes llenaron nuestro hogar de risas y caos.

Sin embargo, la noticia de un tercer hijo no fue recibida con el mismo entusiasmo que los anteriores. Alejandro se quedó en silencio durante lo que pareció una eternidad antes de finalmente murmurar: «No sé si podemos con otro hijo, Mariana». Su voz era apenas un susurro, pero sus palabras resonaron como un trueno en mi corazón.

Esa noche, mientras los niños dormían, intenté hablar con él sobre lo que realmente sentía. «Alejandro, ¿qué está pasando? Siempre hablamos de tener una familia grande», le dije, tratando de entender su repentino cambio de actitud. Él suspiró profundamente y me miró con una tristeza que nunca antes había visto en sus ojos.

«Mariana, no es solo el dinero o el espacio. Es… es todo. Me siento atrapado. No sé si puedo seguir así», confesó finalmente. Sus palabras me dejaron helada. ¿Cómo podía sentirse atrapado en la vida que habíamos construido juntos? ¿Acaso no éramos felices?

Los días siguientes fueron un torbellino de emociones. Intenté mantener la normalidad para Valentina y Mateo, pero dentro de mí, todo se desmoronaba. Alejandro se volvió distante, pasando más tiempo en el trabajo y menos en casa. Las cenas familiares se convirtieron en silencios incómodos y miradas evitadas.

Una noche, después de acostar a los niños, me armé de valor para enfrentar la realidad que tanto temía. «Alejandro, necesitamos hablar», le dije mientras él se sentaba frente al televisor, fingiendo estar absorto en un programa cualquiera.

«¿Sobre qué?» respondió sin apartar la vista de la pantalla.

«Sobre nosotros. Sobre este bebé. Sobre lo que está pasando», insistí.

Finalmente apagó el televisor y se volvió hacia mí. «Mariana, no quiero hacerte daño, pero creo que ya no puedo seguir así», dijo con una franqueza que me rompió el alma.

«¿Qué estás diciendo? ¿Quieres terminar nuestro matrimonio?» pregunté con la voz quebrada.

«No lo sé», respondió él, y esa incertidumbre fue lo que más dolió.

Pasaron semanas antes de que finalmente tomáramos una decisión. Alejandro se mudó a un pequeño apartamento cerca del trabajo para «pensar las cosas». Yo me quedé en casa con los niños, tratando de mantenerme fuerte por ellos mientras mi mundo se desmoronaba.

El embarazo avanzaba y con cada patadita del bebé sentía una mezcla de amor y tristeza. Me preguntaba cómo sería criar a tres hijos sola, cómo explicaría a Valentina y Mateo por qué papá ya no vivía con nosotros.

Un día, mientras preparaba el desayuno, Valentina me preguntó inocentemente: «Mamá, ¿por qué papá ya no duerme aquí?» Su pregunta me tomó por sorpresa y sentí un nudo en la garganta.

«Papá y yo estamos tratando de resolver algunas cosas», le respondí suavemente, tratando de ocultar mis lágrimas.

Finalmente llegó el día del parto. Alejandro estuvo allí conmigo en el hospital, sosteniendo mi mano mientras traía al mundo a nuestra pequeña Sofía. En ese momento, por un breve instante, todo parecía estar bien otra vez. Pero al salir del hospital, la realidad nos golpeó nuevamente.

Alejandro regresó a su apartamento y yo a nuestra casa con los tres niños. La soledad se hizo más palpable que nunca mientras intentaba adaptarme a esta nueva vida como madre soltera.

A veces me pregunto si podríamos haber hecho algo diferente para salvar nuestro matrimonio. ¿Fue realmente el embarazo lo que nos separó o simplemente fue la gota que colmó el vaso? ¿Cómo llegamos a este punto después de tantos años juntos?

Ahora, mientras veo a mis hijos crecer, me esfuerzo por darles todo el amor y apoyo que necesitan. Pero en las noches silenciosas, cuando todos duermen y solo queda el eco de mis pensamientos, me pregunto: ¿cómo reconstruiré mi vida desde aquí? ¿Cómo encontraré la fuerza para seguir adelante? Y sobre todo, ¿cómo explicarles a mis hijos que a veces el amor no es suficiente para mantener a una familia unida?