El consejo de abuela que no fue suficiente
«Recuerda, hijo, el amor es como una planta. Si no la riegas todos los días, se marchita», me dijo mi abuela Carmen mientras me ajustaba la corbata con sus manos temblorosas. Era el día de mi boda con Melissa, y su consejo resonaba en mi mente como un mantra. Creía firmemente que con amor y dedicación, cualquier obstáculo podría ser superado. Pero la vida tenía otros planes.
El salón estaba lleno de familiares y amigos, todos sonriendo y brindando por nuestro futuro. Melissa lucía radiante en su vestido blanco, y yo no podía dejar de pensar en lo afortunado que era. Sin embargo, detrás de esas sonrisas y promesas de amor eterno, se escondían las sombras de las expectativas no cumplidas y los sueños no realizados.
Los primeros años de nuestro matrimonio fueron un torbellino de emociones. Melissa y yo éramos inseparables, compartiendo cada momento como si fuera el último. Pero cuando nació nuestra hija Valentina, todo cambió. Las noches sin dormir y las responsabilidades crecientes comenzaron a desgastar nuestra relación.
«¿Por qué nunca estás aquí cuando más te necesito?», me gritó Melissa una noche mientras intentaba calmar a Valentina, que lloraba sin parar. Yo había llegado tarde del trabajo, agotado y frustrado por un jefe que parecía disfrutar haciéndome la vida imposible. «Estoy haciendo lo mejor que puedo», respondí, sintiendo cómo la distancia entre nosotros crecía con cada palabra.
El consejo de mi abuela seguía presente en mi mente, pero regar nuestra planta del amor se había vuelto una tarea titánica. Las discusiones se hicieron más frecuentes, y el silencio se convirtió en nuestro lenguaje común. Melissa se sentía atrapada en una rutina que no había elegido, y yo me sentía impotente para cambiarlo.
Una noche, después de una discusión particularmente amarga, salí a caminar por las calles desiertas de nuestro barrio en Buenos Aires. El aire fresco me ayudó a aclarar mis pensamientos, pero también me hizo enfrentar una verdad incómoda: el amor que teníamos ya no era suficiente para sostenernos.
«¿Qué nos pasó?», me pregunté en voz alta, esperando que la brisa nocturna me diera una respuesta. Recordé las palabras de mi abuela y me di cuenta de que había subestimado la complejidad del matrimonio. No se trataba solo de amor; se trataba de compromiso, sacrificio y comunicación.
Decidí que era hora de buscar ayuda. Melissa y yo comenzamos a asistir a terapia de pareja, un proceso doloroso pero necesario. Aprendimos a escucharnos nuevamente, a entender nuestras necesidades y a encontrar un equilibrio entre ser padres y ser pareja.
«No es fácil, pero estoy dispuesta a intentarlo», me dijo Melissa un día después de una sesión particularmente reveladora. Sus palabras fueron como un bálsamo para mi alma herida. Sabía que el camino sería largo y lleno de desafíos, pero también sabía que valía la pena luchar por nosotros.
Con el tiempo, aprendimos a regar nuestra planta del amor con más que solo agua; le dimos espacio para crecer, la nutrimos con paciencia y comprensión. No fue un proceso perfecto ni rápido, pero poco a poco comenzamos a reconstruir lo que habíamos perdido.
Hoy, mientras veo a Valentina jugar en el parque con su risa contagiosa llenando el aire, me doy cuenta de que el amor es solo el comienzo. Es la base sobre la cual construimos nuestras vidas juntos, pero no es suficiente por sí solo.
«¿Cómo podemos asegurarnos de que nuestro amor siga creciendo?», me pregunto mientras tomo la mano de Melissa. La respuesta no es sencilla ni única para todos, pero sé que mientras sigamos comprometidos a trabajar juntos, siempre habrá esperanza para nosotros.
Así que les pregunto a ustedes: ¿qué están dispuestos a hacer para mantener viva su planta del amor? ¿Es suficiente solo el amor o necesitamos algo más para enfrentar los desafíos de la vida juntos? Reflexionemos sobre esto juntos.