El día que descubrí el verdadero rostro de mi suegra
«¡No puedo creer que hayas hecho eso!» grité, sintiendo cómo la ira y la tristeza se mezclaban en mi pecho, formando un nudo imposible de deshacer. Estaba en la cocina de Carmen, mi suegra, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón roto. Alejandro, mi esposo, estaba a mi lado, tan sorprendido como yo por lo que acababa de suceder.
Todo comenzó cuando Alejandro y yo nos mudamos a Zaragoza debido a su nuevo destino militar. Cada traslado era un desafío, pero siempre lo afrontábamos juntos. Esta vez, sin embargo, decidimos pasar un tiempo en casa de Carmen mientras encontrábamos un lugar propio. Ella siempre había sido amable conmigo, o al menos eso creía yo.
Desde el primer día en su casa, noté ciertas miradas y comentarios que me hicieron sentir incómoda. «Victoria, ¿no crees que deberías cocinar más como lo hacía la madre de Alejandro?» decía Carmen con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Intenté ignorarlo, pensando que quizás solo estaba siendo crítica sin mala intención.
Una tarde, mientras preparaba la cena, escuché a Carmen hablando por teléfono en el salón. «No sé qué vio Alejandro en ella. No es ni la mitad de lo que él merece», decía con una voz cargada de desprecio. Me quedé paralizada, con el cuchillo en la mano y el corazón latiendo con fuerza. No podía creer lo que escuchaba.
Esa noche, durante la cena, intenté actuar con normalidad, pero cada palabra de Carmen resonaba en mi cabeza. «¿Te pasa algo, Victoria?» preguntó Alejandro al notar mi silencio. «No, nada», mentí, forzando una sonrisa.
Los días pasaron y los comentarios de Carmen se volvieron más frecuentes y directos. «Alejandro, deberías considerar volver a Madrid. Allí podrías encontrar una mujer que realmente te apoye», decía sin siquiera mirarme.
Finalmente, llegó el día en que todo explotó. Estábamos todos en la sala cuando Carmen comenzó a hablar sobre una amiga suya que tenía una hija «perfecta» para Alejandro. «Es una lástima que ya estés casado», dijo con una risa que me heló la sangre.
«¡Basta!» exclamé, incapaz de contenerme más. «Sé lo que piensas de mí y estoy cansada de fingir que no lo sé».
Carmen me miró con sorpresa fingida. «¿De qué hablas, querida? Solo quiero lo mejor para mi hijo».
«Lo mejor para tu hijo es respetar a la mujer que él eligió», respondí con firmeza.
Alejandro intervino entonces, su voz llena de decepción. «Mamá, no puedo creer que hayas estado diciendo esas cosas sobre Victoria. Ella es mi esposa y merece tu respeto».
Carmen intentó justificarse, pero el daño ya estaba hecho. Esa noche, Alejandro y yo decidimos buscar un lugar propio cuanto antes.
Mientras empacaba nuestras cosas, no podía dejar de pensar en cómo alguien podía ocultar tanto resentimiento detrás de una fachada de amabilidad. Me sentía traicionada y dolida, pero también más decidida que nunca a proteger mi matrimonio.
Al final del día, mientras nos alejábamos de la casa de Carmen, me pregunté si alguna vez podría perdonarla por lo que había hecho. ¿Es posible reconstruir una relación después de descubrir el verdadero rostro de alguien? ¿O es mejor seguir adelante y dejar el pasado atrás?