El Precio de la Libertad: La Historia de Mariana y Diego

«¡No puedo más, Mariana! ¡No puedo!» gritó Diego mientras lanzaba su taza de café contra la pared, el líquido oscuro salpicando como lágrimas sobre el suelo de la cocina. Yo estaba allí, sosteniendo a nuestro hijo en brazos, sintiendo cómo mi mundo se desmoronaba una vez más.

Diego y yo nos conocimos en la universidad. Él era el chico que siempre tenía una sonrisa en el rostro, el que hacía reír a todos con sus ocurrencias. Nos enamoramos perdidamente, y cuando me propuso matrimonio bajo las estrellas de una noche cálida en Cartagena, no dudé ni un segundo en decir que sí. Pensé que nuestro amor podría superar cualquier obstáculo.

Pero todo cambió cuando nació nuestro hijo, Emiliano. Al principio, Diego estaba emocionado, hablaba de enseñarle a jugar fútbol y llevarlo a pescar. Sin embargo, con el tiempo, su entusiasmo se fue apagando. Las noches sin dormir, los llantos constantes y las responsabilidades crecientes comenzaron a pesarle más de lo que cualquiera de nosotros había anticipado.

Una noche, mientras Emiliano lloraba sin parar, Diego se levantó bruscamente de la cama. «No puedo soportarlo más», murmuró antes de salir de la habitación. Lo seguí hasta la sala, donde lo encontré sentado en el sofá, con la cabeza entre las manos.

«Diego, por favor, hablemos», le dije suavemente. Pero él solo negó con la cabeza.

«No sé si puedo hacer esto, Mariana. No sé si estoy hecho para ser padre», confesó con una voz quebrada.

Intenté consolarlo, recordándole que no estábamos solos, que podíamos superar cualquier cosa juntos. Pero sus ojos reflejaban un vacío que nunca antes había visto.

Con el paso de los meses, Diego se volvió más distante. Pasaba más tiempo en el trabajo y menos en casa. Cuando estaba presente, parecía ausente, como si su mente estuviera en otro lugar. Yo intentaba mantener la calma por Emiliano, pero dentro de mí crecía una tormenta de miedo e incertidumbre.

Una tarde, mientras paseaba a Emiliano por el parque, me encontré con mi amiga Valeria. Al verme, se acercó rápidamente y me abrazó.

«Mariana, ¿estás bien? Te ves agotada», me dijo con preocupación.

«Es Diego», respondí casi sin fuerzas. «No sé qué hacer. Parece que ya no quiere ser parte de esta familia».

Valeria me escuchó pacientemente mientras le contaba todo lo que había estado sucediendo. «Tal vez necesiten ayuda profesional», sugirió. «A veces hablar con alguien puede marcar la diferencia».

Esa noche le propuse a Diego que fuéramos a terapia de pareja. Al principio se mostró reacio, pero finalmente aceptó. Durante las sesiones, descubrimos que Diego estaba lidiando con un miedo profundo al fracaso como padre. Había crecido sin una figura paterna y temía repetir los errores de su propio padre.

A pesar de los avances en terapia, un día Diego llegó a casa con una expresión sombría. «Mariana», comenzó con voz temblorosa, «he tomado una decisión».

Mi corazón se detuvo por un instante. «¿Qué decisión?», pregunté con un nudo en la garganta.

«Necesito irme por un tiempo. Necesito encontrarme a mí mismo antes de poder ser el padre y esposo que ustedes merecen», explicó.

Las palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Quería gritarle que no se fuera, que lo necesitábamos aquí y ahora. Pero algo en su mirada me hizo entender que esta era una batalla interna que debía librar solo.

Diego se fue al día siguiente. Me quedé sola con Emiliano, enfrentando el desafío de criar a nuestro hijo sin él. Hubo días oscuros en los que sentí que no podría seguir adelante, pero cada sonrisa de Emiliano me daba fuerzas para continuar.

Pasaron meses antes de que volviera a saber de Diego. Un día recibí una carta suya desde un pequeño pueblo en las montañas de Colombia. Me contaba cómo había encontrado paz trabajando en una finca y cómo cada día pensaba en nosotros.

«Estoy aprendiendo a ser mejor persona», escribió. «Espero algún día poder regresar y ser el padre que Emiliano merece».

Al leer esas palabras, sentí una mezcla de alivio y tristeza. Sabía que aún quedaba un largo camino por recorrer, pero también entendía que este era un paso necesario para él.

Ahora, mientras miro a Emiliano jugar en el suelo del salón, me pregunto si algún día podremos ser una familia completa nuevamente. ¿Puede el amor superar las barreras del miedo y la inseguridad? ¿Podrá Diego encontrar el camino de regreso a nosotros? Solo el tiempo lo dirá.