La llamada que rompió mi mundo: El secreto de Julián
—¿Sos la esposa de Julián Fernández? —La voz al otro lado del teléfono temblaba, y en ese instante supe que algo terrible había pasado. El cuchillo se me resbaló de las manos y cayó al suelo, junto con la cebolla que estaba picando. Mi hija Lucía, de quince años, me miró asustada desde la mesa.
—¿Qué pasó? —pregunté, sintiendo cómo el corazón se me subía a la garganta.
—Su esposo tuvo un accidente. Está en el Hospital Argerich. Venga lo antes posible.
No recuerdo cómo llegué al hospital. Solo sé que corrí por los pasillos fríos, con Lucía aferrada a mi brazo y mi hijo Tomás llorando en el asiento trasero del taxi. Todo era un torbellino: las luces blancas, el olor a desinfectante, los gritos lejanos de otros pacientes.
En la sala de espera, una enfermera me miró con lástima. —¿Sos la esposa de Julián? —asentí, incapaz de hablar. Me llevó hasta una sala pequeña donde un médico esperaba con cara seria.
—Julián está estable, pero… —hizo una pausa incómoda— tuvo un accidente en moto. No venía solo.
Sentí que el piso se abría bajo mis pies. —¿Cómo que no venía solo? ¿Quién estaba con él?
El médico bajó la mirada. —Una mujer joven. Está grave. No sabemos si va a sobrevivir.
Lucía me apretó la mano. Yo solo podía pensar en quién era esa mujer y por qué Julián estaba con ella a las nueve de la noche, cuando se suponía que volvía del trabajo.
Las horas siguientes fueron una tortura. Llamé a mi suegra, a mi cuñada, a mis amigas. Nadie sabía nada. Julián seguía inconsciente. La policía vino a hacer preguntas: ¿sabía yo si Julián tenía enemigos? ¿Por qué estaba en esa zona de la ciudad? ¿Conocía a la mujer?
—No sé nada —repetí una y otra vez, sintiéndome cada vez más pequeña.
A las tres de la mañana, cuando por fin pude verlo, Julián estaba pálido, con tubos y vendas por todas partes. Le hablé bajito, le pedí que volviera conmigo, que no me dejara sola con los chicos. Pero en el fondo, una voz me susurraba que algo estaba muy mal.
Al día siguiente, mientras esperaba noticias, una joven apareció en la sala de espera. Tenía el pelo largo y oscuro, los ojos hinchados de llorar. Se acercó a mí con timidez.
—¿Vos sos Verónica? —me preguntó.
—Me llamo Mariana —respondí, confundida.
La chica se puso aún más nerviosa. —Perdón… pensé que… Bueno, yo soy Camila. Trabajo con Julián en la empresa. Quería saber cómo está.
La miré fijamente. Algo en su tono no me cerraba. —¿Vos sabés quién era la mujer que iba con él?
Camila dudó un segundo antes de responder: —Era Verónica… su secretaria. Pero… —bajó la voz— hay rumores en la oficina de que tenían algo más que trabajo.
Sentí una punzada en el pecho. ¿Julián tenía una amante? ¿Era eso lo que escondía?
Los días siguientes fueron un infierno. Julián despertó finalmente, pero apenas podía hablar. Cuando le pregunté por Verónica, desvió la mirada.
—No es lo que pensás —susurró— Yo… te juro que no quería hacerte daño.
—¿Cuánto tiempo hace que me mentís? —le grité entre sollozos— ¿Cómo pudiste?
Él lloró también, pidiéndome perdón, diciendo que estaba confundido, que Verónica era solo una amiga al principio pero después todo se complicó.
Mi familia se dividió: mi suegra me pedía paciencia, mis padres querían que lo dejara. Lucía dejó de hablarme por días; Tomás empezó a tener pesadillas todas las noches.
En el barrio todos murmuraban. Las amigas de la escuela de Lucía ya no la invitaban a sus casas; los vecinos cruzaban la vereda para evitar saludarme.
Una tarde, mientras lavaba los platos y lloraba en silencio, mi mamá se sentó a mi lado.
—Mariana, nadie te puede decir qué hacer. Pero pensá en vos, en tus hijos. No te quedes por miedo ni te vayas por orgullo.
Me aferré a esas palabras como un salvavidas. Empecé terapia; hablé con Lucía y Tomás sobre lo que sentían; enfrenté a Julián y le pedí la verdad completa.
Él confesó todo: hacía más de un año que tenía una relación con Verónica; había pensado dejarme pero no se animaba; nunca quiso lastimarme pero no supo cómo salir del lío en el que se metió.
El dolor fue insoportable. Pero también sentí alivio: al fin sabía la verdad.
Hoy, meses después del accidente, sigo reconstruyendo mi vida. Decidí separarme de Julián; busqué trabajo y volví a estudiar; mis hijos y yo estamos aprendiendo a ser una familia distinta.
A veces me pregunto si podría haber hecho algo para evitar todo esto. O si alguna vez podré volver a confiar en alguien.
¿Ustedes qué harían en mi lugar? ¿Perdonarían una traición así o seguirían adelante solos? Los leo.