Perdonando a Mi Padre: La Brecha que Causó con Mi Madre

«¡No puedo creer que lo hayas hecho!» gritó mi madre, Lucía, con lágrimas en los ojos y la voz quebrada por la ira. Estábamos en la cocina de su casa en Buenos Aires, un lugar que había sido mi refugio durante años. «Después de todo lo que nos hizo pasar… ¿cómo puedes siquiera pensar en perdonarlo?»

Me quedé en silencio, sintiendo el peso de sus palabras como un martillo golpeando mi pecho. Había pasado tanto tiempo desde aquel día en que mi padre, Javier, cerró la puerta detrás de él y dejó atrás una familia rota. Tenía solo doce años entonces, y el mundo se me vino abajo. Mi madre y yo nos quedamos solas, luchando por salir adelante en un barrio donde las miradas de lástima eran tan comunes como el aire que respirábamos.

«Mamá,» comencé a decir con voz temblorosa, «no es que olvide lo que pasó. Pero han pasado veinte años. No puedo seguir viviendo con este rencor en mi corazón.»

Ella me miró fijamente, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de dolor y decepción. «Él nos abandonó, Valeria. Nos dejó para irse con esa mujer y empezar otra vida como si nunca hubiéramos existido.»

Recordé aquellos días oscuros después del divorcio. Las noches en las que escuchaba a mi madre llorar en su habitación, pensando que yo dormía. Las veces que tuve que ser fuerte para ella, cuando todo lo que quería era que alguien fuera fuerte para mí. Pero también recordé las cartas que mi padre me había enviado desde México, cartas que nunca respondí pero que guardé como un tesoro escondido.

«Lo sé,» respondí suavemente. «Pero también sé que él ha intentado acercarse a mí todos estos años. Ha intentado explicar su versión de la historia.»

Mi madre soltó una risa amarga. «¿Y qué versión es esa? ¿Que nos dejó por amor? ¿Que fue un error? No hay excusa para lo que hizo.»

Suspiré profundamente, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en el aire entre nosotras. «No estoy diciendo que lo justifico,» aclaré. «Solo digo que quiero entenderlo. Quiero conocer al hombre que es ahora, no al que fue entonces.»

La conversación quedó suspendida en el aire mientras mi madre se giraba hacia la ventana, mirando hacia el jardín donde solíamos jugar juntas cuando yo era niña. «Siempre pensé que estaríamos juntas en esto,» murmuró casi para sí misma.

«Y lo estamos,» aseguré, acercándome a ella y tomando su mano entre las mías. «Pero necesito hacer esto por mí misma. Necesito sanar esta herida para poder seguir adelante.»

Pasaron semanas antes de que volviera a hablar con mi padre. Había decidido viajar a México para verlo cara a cara después de tantos años. El día del encuentro llegó con una mezcla de nerviosismo y esperanza. Cuando lo vi esperándome en el aeropuerto de Ciudad de México, supe que este era un momento decisivo.

«Valeria,» dijo con voz temblorosa mientras me abrazaba con fuerza. Sentí cómo las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos, una mezcla de alivio y tristeza.

«Papá,» respondí simplemente, sin saber qué más decir.

Pasamos días hablando sobre todo lo que había pasado. Me contó su versión de la historia, sus errores y arrepentimientos. Me habló sobre la soledad que sintió después de dejarnos y cómo había intentado reconstruir su vida sin olvidar nunca a la familia que dejó atrás.

«Sé que no puedo cambiar el pasado,» dijo una noche mientras caminábamos por las calles iluminadas de la ciudad. «Pero quiero ser parte de tu vida ahora, si me lo permites.»

Sentí una oleada de emociones encontradas dentro de mí. Por un lado, estaba el dolor del abandono; por otro, la posibilidad de una nueva relación con mi padre.

«Quiero intentarlo,» respondí finalmente, sintiendo cómo una parte de mí comenzaba a sanar.

Regresé a Buenos Aires con una nueva perspectiva y un corazón más ligero. Sin embargo, sabía que el verdadero desafío sería enfrentarme nuevamente a mi madre.

Cuando llegué a casa, ella me recibió con una mirada inquisitiva pero esperanzada. «¿Cómo te fue?» preguntó con cautela.

«Fue difícil,» admití honestamente. «Pero también fue necesario.»

Nos sentamos juntas en el sofá, y le conté todo sobre mi viaje y las conversaciones con mi padre. Al principio, ella escuchó en silencio, pero poco a poco comenzó a hacer preguntas y expresar sus propios sentimientos.

«No sé si alguna vez podré perdonarlo,» confesó finalmente.

«No tienes que hacerlo ahora,» le dije suavemente. «Pero espero que algún día puedas encontrar paz con todo esto.»

Nos quedamos allí sentadas durante horas, hablando y llorando juntas hasta que el sol comenzó a asomarse por la ventana.

A veces me pregunto si hice lo correcto al perdonar a mi padre y arriesgarme a perder la relación con mi madre. Pero luego pienso en lo mucho que he ganado al abrir mi corazón al perdón y al amor nuevamente.

¿Es posible sanar sin perdonar? ¿O es el perdón la única manera de liberarnos realmente del pasado?